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La magnolia almanegra se alza entre los bosques de Urrao

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Dos mujeres protegen día a día la magnolia almanegra de Urrao en la reserva Colibrí del Sol, un árbol en vía de extinción, frente a la tala indiscriminada y la expansión agrícola que amenaza su hogar natural en Urrao, Antioquia.

Los periodistas Fabián Uribe Betancur y Valentina Pineda Lamus cuentan su historia en este reportaje que se realizó con el apoyo de Earth Journalism Network, a través del Fondo para el Periodismo de Soluciones en Latinoamérica, una iniciativa de El Colectivo 506. Fue publicado en BreveMedia el 24 de noviembre del 2025, y ha sido adaptado aquí por El Colectivo 506 para su co-publicación.

En la reserva Colibrí del Sol, dos mujeres conservan la magnolia almanegra de Urrao, un árbol en peligro de extinción. Cada plántula se cuida con paciencia y destreza, y han superado plagas y condiciones climáticas adversas. Cada brote que sobrevive es un símbolo de resistencia frente a la tala indiscriminada y la expansión agrícola que amenaza su hábitat en Urrao, Antioquia. Esta iniciativa forma parte del proyecto Almanegra de la Fundación Proaves, que protege otras quince especies en distintas reservas del país.

Hacia donde crece la almanegra

Una niebla densa se desplaza con sigilo por las montañas del Valle del Penderisco. Es temprano, aún el sol no se atreve a romper el velo del cielo. Entre los trinos dispersos de los pájaros, el frío se desliza por las ruanas de los campesinos como una sombra curiosa, husmeando en los cuerpos adormecidos que aguardan al borde del parque principal del municipio de Urrao, hombres y mujeres acomodan bultos, canastos y herramientas, preparándose para subirlos a la chiva de las cinco de la madrugada que los llevará hacia la vereda El Chuscal.

Entre murmullos y risas contenidas de los viajeros, la bióloga Ana María Rueda Urrego sostiene un vaso de plástico con café caliente; el vapor asciende despacio, como un hilo que quiere entretejerse con la niebla. El frío muerde suave la piel de forma constante, pero el sorbo tibio le devuelve el calor a las mejillas.

Aquella mujer viste unas botas pantaneras y un pantalón negro adecuado para el trabajo de campo. Sobre un hombro lleva terciada una mochila de fique y, colgado al costado, un bolso morado donde guarda su libreta de apuntes y algo de comer. Su chaqueta caqui se confunde con los tonos del amanecer, y bajo ella, una camiseta negra lleva estampada una flor de una magnolia urraoensis, un árbol conocido como almanegra de Urrao.

Esta es una de las especies de magnolia que se alzan como guardianas ancestrales en los bosques colombianos. Estos árboles y arbustos representan una de las formas de vida más antiguas del planeta con cerca de 80 millones de años de historia evolutiva. En el mundo existen alrededor de 300 especies, y Colombia, por su riqueza natural, alberga 42 de ellas. De estas, 36 son endémicas, es decir, no se encuentran en ningún otro lugar. Sin embargo, todas enfrentan algún grado de amenaza debido a la deforestación, el cambio climático y la expansión de la frontera agrícola.

Son auténticos árboles sombrilla porque regulan la humedad del suelo, alimentan a los polinizadores, y su presencia es un signo de equilibrio y una señal de que el ecosistema está sano.

Bajo su sombra se respira vida. Las flores, al abrirse, se encienden como lámparas delicadas que alumbran la espesura del bosque y convocan a insectos, aves y mamíferos que llegan atraídos por su fragancia y néctar: unos polinizan, otros se alimentan y algunos dispersan las semillas, dando continuidad al ciclo de vida.

Pero su belleza, tan serena como frágil, ha sido también su condena. Durante generaciones, su madera ha sido codiciada por su resistencia y utilidad para separar linderos en zonas rurales: las manos del hombre, en busca de sacarle provecho, han talado más de lo que el bosque puede ofrecer. La pérdida de su hábitat no solo apaga su canto vegetal, sino que arrastra consigo a insectos, aves y mamíferos que encuentran en ellas refugio y alimento.

Hoy, donde antes el bosque era un tapiz continuo de magnolias, solo quedan árboles dispersos, resistiendo en rincones aislados. La tala y la pérdida de su hábitat las han obligado a replegarse, rompiendo el equilibrio del bosque y a quienes viven en este. Su ausencia se siente en el agua que escasea, en la tierra que pierde fuerza y en las comunidades rurales que ven desvanecerse, junto con ellas, las posibilidades de un futuro sostenible.

Camino a la reserva Colibrí del Sol, en Urrao, hábitat de la magnolia almanegra de Urrao. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

En Antioquia se han registrado quince especies de magnolias, una de ellas es el almanegra de Urrao, endémica del suroeste antioqueño, habita los bosques húmedos de la Cordillera Central; ha sido registrada en los municipios de Urrao y Caicedo. Sus flores brotan entre agosto y octubre y sus frutos maduran al final del año, marcando un pulso discreto en medio de la niebla.

Este árbol sigue siendo talado y vendido como madera fina, pero hoy, al revelarse la delicadeza de sus flores y frutos, comienza a ser reconocida como un símbolo de identidad y memoria para las comunidades de este municipio.
Su conservación es un acto de resistencia: la frontera agrícola avanza como un filo que desgarra y fragmenta el tapiz de los bosques, dejando los árboles aislados y sin puentes para que el polen viaje y se renueve la vida. Ana María cuenta que a esta especie la llaman almanegra por las vetas oscuras al interior de sus tallos, “y porque fue hallada en Urrao. Es muy apreciada por la calidad de su madera, lo que la pone en riesgo”, detalla la bióloga.

Ella es coordinadora del proyecto Almanegra de la Fundación Proaves, apoyado por la Fundación Franklinia y la organización social Mujeres por la Conservación que tiene como objetivo identificar, monitorear y restaurar 23 especies de magnolias endémicas en trece reservas naturales privadas de esta entidad en diferentes regiones del país.

Cada cierto tiempo Ana recorre las reservas, para asesorar y formar a las mujeres que están a cargo de los viveros. En esta oportunidad se dirige a la reserva Proaves Colibri del Sol, ubicada en la vereda El Chuscal, lugar donde se reproduce y salvaguarda el almanegra de Urrao.

La chiva tricolor ruge indicando que esta está lista para partir, comienza su trayecto a través de una carretera estrecha y polvorienta que conecta a Urrao con Caicedo. El viaje durará unos 30 minutos hasta el sector conocido como La Terminal, mientras avanza el paisaje se transforma, pasando de un significativo número de casas a amplios cultivos e invernaderos de aguacate y lulo que cubren las montañas y el valle.

La frontera agrícola se extiende con el paso del tiempo, como una sombra que devora los bosques altoandinos y los páramos de esta región. Según datos de la plataforma Global Forest Watch desde 2002 hasta 2024, Urrao perdió 3,41 hectáreas de bosque primario húmedo, lo que representa 42 % de su pérdida total de cobertura arbórea en el mismo periodo de tiempo. Esto equivale aproximadamente a 4871 canchas de fútbol.

La chiva se detiene en su última parada. Son pocos los que bajan; el silencio del lugar es profundo. Solo hay una pequeña casa, y el resto son potreros amarillentos, salpicados de vacas que se ven de vez en cuando.

Ana empieza a caminar con paso firme y comenta que casi no hay turistas en la zona, ya que el Páramo del Sol, uno de los principales atractivos del municipio, y que se extiende detrás de la reserva Colibrí del Sol permanece cerrado desde 2022. “Con el tiempo, los senderos se hicieron más anchos, lo que dañaba a los pequeños frailejones, y la cantidad de basura que dejaba la gente empezó a afectar seriamente al páramo”, recuerda.

En la última semana de septiembre del presente año, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Urabá decidió continuar con esta medida de frenar el turismo masivo hasta 2026. Tras más de una década de denuncias por contaminación, quemas, destrucción de ecosistemas y arrasamiento de frailejones. Esta decisión permitirá a la naturaleza recobrar su ritmo pausado, mientras, los bosques y el páramo retoman su sosiego.

Mientras Ana, oriunda de Urrao, avanza hacia su destino, hace pequeñas pausas para fotografiar el páramo que se extiende de fondo, y observar alguna que otra planta diminuta o animal que se mueve entre el pasto descolorido. Recuerda que desde niña le han fascinado las plantas; al principio pensó en estudiar psicología, pero finalmente se inclinó por la biología.

Durante sus recorridos por las reservas, Ana dice que la naturaleza nunca deja de sorprenderla: siempre hay un color nuevo, un canto inesperado o una planta que la conmueve y renueva su compromiso con el bosque.

Ella ha caminado por las 13 reservas de Proaves, verdaderos santuarios de vida que forman parte del proyecto Almanegra, como Arrierito Antioqueño, Las Tángaras, El Paujil y Loro Orejiamarillo. En estos lugares no solo se conservan especies como la magnolia lozano y el hojarasco, sino también otros árboles y plantas endémicas, como el barrigón y la palma de cera.

Después de tres horas de recorrido a pie, aparece un letrero que anuncia: “Bienvenidos a la reserva natural de las aves Colibrí del Sol, a 1 km”. Al lado del portón crece una joven magnolia almanegra de Urrao. Una de sus ramas está envuelta en una lona negra con tierra: es un acodo aéreo, un método de reproducción que permite dar vida a brotes a partir de la misma planta.

Ana dice que este método tiene sus límites, algo que han comprendido con el tiempo y el trabajo constante en el campo. El acodo aéreo permite multiplicar los individuos, pero no crear árboles nuevos en sentido genético: cada rama conserva la misma información que su planta madre, sus virtudes y también sus fragilidades. Por eso, aunque florezcan y den frutos, estas magnolias son más vulnerables a las plagas, a los hongos y a las alteraciones del clima.

Esa fragilidad ha llevado a los integrantes del proyecto a buscar alternativas más sostenibles. En los viveros, Ana y su equipo de mujeres experimentan con la propagación por semillas, un proceso más lento, pero también más esperanzador. Cada semilla representa una posibilidad distinta, un pequeño acto de resistencia biológica que permite que la especie diversifique su genética y aumente sus posibilidades de adaptación.

El acodo aéreo es otro método de reproducción que se utiliza en el proyecto Almanegra para propagar la magnolia almanegra de Urrao. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

Entre los movimiento lentos de los copos de los árboles, la bióloga ingresa a la reserva, la actividad en este lugar es cada vez más evidente, con cada hoja que cae, los sonidos de los pequeños insectos y las aves que revolotean, marca el paso de la vida que trabaja sin descanso.

Esta reserva fue creada en 2005 con el objetivo de proteger el hábitat del Coeligena orina, conocido como el colibrí del sol, y conservar un fragmento del ecosistema de páramo. En este santuario de neblina y de diversos cantos se han registrado 216 especies de aves, tres de ellas amenazadas, que encuentran en estas montañas un refugio.

Ana cruza un puente de madera que cruje con cada paso que da. Al fondo, dos casas amarillas emergen en medio del bosque, con puertas de metal verde, ventanas negras y techos de zinc que reflejan el gris del cielo, que en cualquier momento se abrirá paso, cubriendo las hojas de los árboles con miles de gotas temblorosas, mientras el frío, silencioso persiste en el entorno.

En la entrada de una de las casas, Luz Amelvia Gallego Rivera, encargada del vivero de la reserva, aguarda con serenidad a Ana. Es oriunda del corregimiento de Pavarandó, en Mutatá y, desde hace dos años, comparte su vida en la reserva con su compañero Walter, quien dedica sus días como guardabosque. “Mi compañero me habló de este lugar. Me dijo que si quería venir a trabajar, y pues aquí llegué. Ana me contó sobre el proyecto y yo le respondí que sí, que me parecía una buena idea conservar los árboles”, relata.

Luz confiesa que el frío, al principio, la tomó por sorpresa. “No me he podido adaptar, es demasiado”, dice entre risas, mientras se frota las manos para espantar el clima que cala hasta los huesos. También habla de lo difícil que son las salidas: por un lado, la distancia; por el otro, el transporte que parece siempre jugar en contra. La chiva solo pasa una vez al día, en las horas de la mañana. Si no se alcanza, no queda más que caminar o montar a caballo.

Cuando llegó a la reserva, no sabía nada de plantas; era ama de casa. Hoy, sus mañanas transcurren entre bandejas de tierra húmeda, midiendo brotes de magnolias y cuidando que nada las dañe. Es una de los 10 diez integrantes del proyecto Almanegra en el departamento de Antioquia, quienes están a cargo de los viveros de las reservas y han recibido capacitación en identificación de especies, manejo de semillas y conservación de árboles en peligro.

El proceso de conservación

Es octubre, y en la reserva Colibrí del Sol se preparan para cosechar la almanegra. Ana y Walter se internan en el bosque para encontrar los árboles semilleros, conscientes de que no todos dan frutos de calidad. Con cuerdas trepan hasta las ramas más altas para recogerlos y, cuando es necesario, colocan canastillas de malla para protegerlos de pérdidas o daños. “Los frutos se colocan en canastas de huevos para que queden separados y aireados. El fruto se abre solo, pero necesita ciertas condiciones: calorcito y ausencia de humedad, porque si hay humedad no se abren solos o se pudren”, narra Ana, mientras Luz continúa atenta con lo que ocurre en el vivero.

Por su parte, Luz sabe que este es un proceso lento, que exige paciencia y atención a cada detalle. Cuando el fruto no se abre por sí solo, ella interviene con delicadeza, asegurándose de que ninguna semilla se pierda y que el ciclo continúe sin contratiempo. “Luego contamos cuántas semillas salen de cada fruto y se registran las que están malas. Las restantes se colocan en el agua para ver cuáles flotan y cuáles se hunden”, explica.

Ana y Luz registran el origen de las semillas y la fecha de recolección de la magnolia almanegra de Urrao. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

En este paso el agua se convierte en juez silencioso: las semillas que flotan no sirven, mientras que las que se hunden son las elegidas para la siembra en el vivero. Cada una lleva consigo la historia de su árbol de origen, que se registra cuidadosamente en documentos para mantener la trazabilidad y preservar la memoria de cada semilla.

Ana separa con cuidado las semillas viables de las inviables, las coloca en recipientes distintos. Observa con atención cada semilla buena antes de iniciar su desinfección, preparada con yodo y ceniza, retira con delicadeza la capa que las recubre. En este paso algunas semillas resultan inviables porque están dañadas por dentro y son descartadas.

En medio del cuidadoso proceso de desinfección de herramientas y semillas en el vivero, Ana guía con paciencia a Luz, y explica con detalle: cómo preparar las semillas, cómo acondicionar los germinadores y cómo organizar los elementos para la cosecha que se avecina. Cada gesto es minucioso, y cada explicación busca transmitir no solo el procedimiento, sino también el respeto y la dedicación que exige la vida de estas plantas.

Los germinadores son grandes recipientes de plástico transparente, capaces de albergar más de cien semillas. Antes de sembrarlas, cada una se desinfecta cuidadosamente con yodo agrícola para evitar la aparición de hongos u otras plagas, lo que permite un entorno limpio y seguro para que las semillas comiencen su delicado proceso de germinación.

Proceso de desinfección de semillas del almanegra de Urrao. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

La bióloga explica que los germinadores están compuestos por varias capas: “Una capa de filtro para que pase el agua, una capa intermedia que puede ser de arena, y finalmente la capa de sustrato de germinación, que varía según la especie y puede ser arena o turba. En algunas magnolias, la germinación se da muy bien directamente en arena”, dice Ana.

Aprendizajes y retos

Durante este proceso de germinación han identificado que la turba, un sustrato orgánico hecho de restos vegetales parcialmente descompuestos, es perfecta para la germinación del almanegra de Urrao. Su capacidad para retener humedad sin sofocar las raíces y permitir que el aire circule crea el entorno ideal para que las semillas despierten y broten con fuerza y vitalidad.

También detalla que las semillas no deben quedar demasiado superficiales. “Por eso, hacemos un pequeño huequito y las colocamos acostadas, ya que su raíz emerge como un pequeño ‘ombliguito’ que solo se desarrolla correctamente cuando están en esa posición, y no si se quedan de pie”, explica Ana, coordinadora del proyecto de Proaves.

Luz cuenta que, apenas la raíz se comienza a asomar, las semillas se vigilan con atención para protegerlas de plagas como hongos o gusanos, hasta que las plántulas muestran su primera o segunda hoja. Cuando crecen un poco más, llega el momento de trasladarlas a bolsas, lo que significa que ya se puede trasplantar.

Luz lleva un registro detallado de las plántulas, anotando la fecha de siembra, el tiempo de germinación y la altura de la magnolia almanegra de Urrao. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

Cuando las plántulas llegan a las bolsas, la tierra se enriquece con abono y se les aplica micorrizas, para fomentar su relación con estos hongos. En esta etapa, Luz se encarga de monitorear su crecimiento, contar sus hojas y controlar la humedad, asegurándose que cada plántula crezca fuerte y saludable. “Se registra la altura y la fecha en que se monitorean, así como cuántos centímetros miden y cuántas hojas tiene. Todo aquello que se observa queda también anotado para seguimiento”, comenta Luz, encargada del vivero.

Ana explica que las plántulas más frágiles necesitan una sombra más densa, casi como un manto que las resguarda del sol y del frío. Cuando crecen y se trasladan a las bolsas, esa cobertura se vuelve más ligera, como si lentamente les enseñaran a enfrentarse al mundo por sí mismas. “Este proceso gradual les permite acostumbrarse poco a poco a la luz, preparando a los árboles para que, al salir del vivero, puedan adaptarse mejor al monte, donde naturalmente crecerán bajo la sombra de los bosques maduros”.

Cuando los jóvenes árboles alcanzan los 80 centímetros, emprenden un nuevo viaje hacia las manos de los guardianes del bosque y de quienes habitan las fincas y predios aledaños, que los siembran para continuar el ciclo de la vida en un acto paciente casi sagrado.

Datos sobre la propagación de la Magnolia almanegra de Urrao en el vivero de la reserva Colibrí del Sol durante 2024.

El suelo que los recibe se enriquece con bokashi, una mezcla viva de materia orgánica, microorganismos y azúcar que se alimenta a sí misma y transforma la tierra. Las micorrizas sellan con las raíces un pacto de cooperación: nada crece solo.

Guardabosques y campesinos acompañan este proceso, ya sea en la reserva o en los predios privados cercanos, preparando la tierra, plantando y vigilando su crecimiento. Luego llega la espera, el cuidado, la esperanza. Así, lentamente, las magnolias regresan a poblar la memoria del bosque.

En la reserva el día se parte en dos. El frío se intensifica y el sol se esconde de nuevo, mientras el páramo, a lo lejos se cubre de nubes grises que presagian una tormenta. En el cielo, los truenos retumban como tambores, señal que indica que pronto se desgarrará. Entre ese paisaje inquietante, Ana y Luz intercambian recomendaciones sobre los cuidados de la siembra recién terminada: cerca de 200 semillas del almanegra de Urrao descansan en la tierra, esperando brotar.

La reproducción de la almanegra es un proceso lleno de desafíos. Cada fruto recolectado es una esperanza que no siempre se cumple: menos de la mitad de las semillas conserva vida, y apenas alrededor del 27 % logra germinar en los viveros. A esto se suman obstáculos como la polinización, el control de la humedad y la constante vigilancia frente a plagas, que convierten cada nuevo brote en un pequeño triunfo contra la adversidad.

Todos los días las mujeres monitorean las plántulas para la reproducción de plagas. Cortesía Fabián Uribe Betancur / El Colectivo 506

Pero los desafíos no son sólo biológicos, también humanos, las mujeres encargadas de los viveros, sin formación profesional y algunas sin saber leer ni escribir, se han convertido en las verdaderas guardianas de la conservación. Su aprendizaje nace de la práctica, del tacto con la semilla, y de la observación paciente frente a los videos tipo tutoriales que realiza y les comparte Ana.

Las mujeres que enfrentan limitaciones educativas y técnicas, han transformado el conocimiento empírico en sabiduría, y cada día desafían la idea de que conservar no requiere de títulos: solo basta la voluntad de cuidar.
Ana acomoda cuidadosamente sus objetos personales. Se despide de Luz con un gesto silencioso y se adentra de nuevo en el bosque, haciendo pausas para observar los troncos húmedos, las hojas cubiertas de rocío y los brotes que luchan por abrirse camino entre la hojarasca.

En medio de su rutina matutina recuerda que reproducir el almanegra de Urrao no es tarea fácil: muchas semillas no germinan, muchas plántulas se pierden ante la competencia de otras especies y los embates del clima. Cada fruto que logra germinar, cada brote que crece y sobrevive en el vivero, es una prueba de que la vida puede imponerse incluso en los rincones más inhóspitos. En esos bosques de Urrao, donde la sombra y la amenaza acechan en cada rincón, cada árbol que resiste se convierte en una declaración firme de persistencia y esperanza.

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Fabián Uribe Betancur y Valentina Pineda Lamus
Fabián Uribe Betancur y Valentina Pineda Lamus
Fabián es periodista con experiencia en investigación y medios digitales. Se enfoca en procesos sociales, medio ambiente, memoria, paz y conflicto armado. Desarrollo contenidos multimedia con enfoque creativo. Actualmente trabajo en Hacemos Memoria y Breve Medio. Valentina es periodista enfocada en cultura, ambiente y derechos humanos. Trabaja como copywriter y especialista en SEO. Crea contenidos digitales y sitios web, elabora pódcast y videos, desarrolla guiones y campañas con propósito social y cultural. Creativa en Breve Medio. // Fabián is a journalist with experience in investigations and digital media. He focuses on social processes, the environment, memory, peace, and armed conflict, and develops multimedia content with a creative approach. He works at Hacemos Memoria and Breve Medio. Valentina is a journalist focused on culture, the environment, and human rights. She works as a copywriter and SEO specialist; creates digital content and websites, podcasts and videos; and develops scripts and campaigns with a social and cultural purpose. Creative at Breve Medio.

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