Ante la incapacidad del gobierno para gestionar adecuadamente los desechos sólidos en el oriente de El Salvador, la iniciativa Oriente Recicla ofrece una solución sostenible. La periodista Jackeline Miranda cuenta la historia de este programa en este reportaje creado con una de las becas de la Convocatoria Centroamérica 2024 del Fondo para el Periodismo de Soluciones en Latinoamérica, una iniciativa de El Colectivo 506. Este trabajo fue publicado por Distintas Latitudes el 27 de noviembre del 2024 y fue adaptado aquí para co-publicación con nuestro medio.
El reloj marca las 4:30 a.m. y Dinora Alvarenga, de 48 años, ya está en el basurero municipal del centro de San Miguel, la ciudad más grande y próspera de la región oriental de El Salvador, ubicada a unos 138 kilómetros de la capital del país. A esa hora, el clima no es todavía lo suficientemente cálido y en el aire se mezcla el olor de la basura con el sonido de los camiones que descargan desechos.
Dinora es lo que en El Salvador se conoce como una «pepenadora»: una persona que separa y recicla desechos reutilizables para después venderlos. Es un trabajo que la Alcaldía local debería pagar, aunque no lo hace. Para contrarrestar esta situación y buscarse la vida, Dinora consiguió un permiso de la propia Alcaldía para reciclar vidrio, que luego ofrece a la iniciativa Oriente Recicla, un pequeño programa impulsado por la asociación Migueleños en Acción que busca aprovechar los residuos reciclables desechados por los 693 mil habitantes de San Miguel.
Desde su creación en 2021, este pequeño proyecto ha desarrollado y establecido alianzas estratégicas con la ciudadanía, el gobierno municipal y empresas locales, lo que le ha permitido convertirse en un referente local en temas de reciclaje y economía circular.
Dinora colabora con Oriente Recicla desde 2022, aunque una compañera asegura que realiza este tipo de tareas desde muy joven. Básicamente, permanece de 4 a.m. a 3 p.m. en el basurero municipal, donde separa y clasifica los residuos para luego dárselos a Oriente Recicla a cambio de víveres. “Más que nada voy recolectando las botellas y los envases para que, cuando los vengan a recoger, estén limpios”, dice.
La crisis de residuos en El Salvador y San Miguel
En El Salvador, los plásticos y residuos orgánicos suelen terminar en basurales a cielo abierto. En 2022, el “Diagnóstico Nacional de Residuos” realizado por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) reveló que el país genera unas 4.200 toneladas diarias de residuos, de las cuales solo se recolectan 3.000 toneladas. Gran parte de los desechos son arrastrados hacia quebradas y ríos como el río Grande, que recorre los departamentos de San Miguel, Morazán y Usulután, cuyas aguas están contaminadas por heces fecales, desechos sólidos y sedimentos que finalmente van a parar al océano.
Desde el ministerio se afirma que no todos los municipios atienden el 100% de la recolección de desechos o implementan proyectos educativos, sobre todo en las zonas rurales, pese a la existencia de la Ley de Gestión Integral de Residuos y Fomento al Reciclaje. En San Miguel, por ejemplo, donde se generan cerca de 300 toneladas diarias de residuos, el relleno sanitario de Uluazapa, el más grande de la ciudad, ha provocado problemas ambientales y de salud pública a las comunidades cercanas. Este único vertedero ha superado su capacidad y ha provocado incendios que afectan la salud de cientos de habitantes de doce comunidades.
En 2024, el Juzgado Ambiental de la zona oriental ordenó a la alcaldía de San Miguel resolver en diez días el grave problema de contaminación medioambiental causado por un incendio en el vertedero. No era la primera vez. En 2022, otro incendio que duró varias semanas llevó a los habitantes a solicitar el cierre definitivo del vertedero.
La falta de coordinación entre las municipalidades salvadoreñas y el Ministerio de Medio Ambiente sigue siendo un desafío en materia de recolección de residuos y reciclaje. De acuerdo con un diagnóstico de este año (2024) realizado por el MARN, uno de los principales retos es la ausencia de infraestructura adecuada para recolectar y procesar materiales reciclables. Aunque existen algunas iniciativas privadas, la cobertura es desigual y muchas zonas rurales carecen de sistemas organizados para el manejo de residuos.
Esta falta de programas sociales y políticas públicas no solo impacta al medio ambiente, sino también la calidad de vida de las comunidades, que enfrentan riesgos de contaminación del suelo, el agua y el aire. Una situación que se agrava por el creciente volumen de desechos.
Oriente Recicla
El centro de acopio del programa Oriente Recicla se encuentra a seis kilómetros del basurero municipal donde Dinora recolecta vidrios. A diferencia de allí, aquí solo se reciben residuos previamente separados y aptos para reciclar. Adentro, Zulma Gómez, coordinadora del acopio, y otros tres compañeros se encargan de toda la gestión. Ahora, por ejemplo, categorizan envases de vidrio como los que recolecta Dinora en el basurero municipal para luego venderlos a una empresa costarricense.
El programa Oriente Recicla surgió como una respuesta comunitaria a la falta de atención institucional al problema de la basura.
“Tuvimos un momento de decir: las instituciones no están haciendo su trabajo; los partidos políticos nos ofrecen un montón de cosas en las campañas electorales que al final no cumplen. Veíamos que nuestra ciudad se iba deprimiendo, y no solo la parte social. Nos termina dando lo mismo que destruyan esto o aquello. Entonces fue cuando empezamos a cuestionar nuestra identidad como migueleños”, dice Karla Paz, directora ejecutiva de Migueleños en Acción, la asociación detrás del proyecto.
Oriente Recicla se basa en la creación de grupos de reciclaje que incluyen a las comunidades más populosas de la ciudad de San Miguel: Colonia Milagro de la Paz, La Presita, Ciudad Pacífica, Cantón Miraflores, entre otros. Trabajan especialmente con adultos y jóvenes, así como con empresas e instituciones, en la recolección, separación y comercialización de residuos reciclables como plásticos, aluminio, vidrio, cartón, papel impreso, electrónicos y colillas de cigarros. El proyecto se sostiene fundamentalmente a través de la comercialización de todos esos residuos.
Hasta el momento, Dinora es la única colaboradora que tienen en el basurero municipal. El resto de los residuos reciclables los consiguen a través de los “puntos verdes”, sitios que crearon dentro de las comunidades, cerca de hogares, establecimientos e instituciones locales, donde los residentes colocan sus desechos previamente separados y empaquetados en sacos. Los encargados del programa pasan a recolectarlos una o dos veces por semana en un microbús al que llama “La Wiki”. En el caso de los establecimientos incluidos en la ruta de recolección, deben realizar un pago de entre 15 y 25 dólares a Oriente Recicla.
Las alcaldías municipales de El Salvador tienen la responsabilidad de otorgar licencias a los establecimientos que deseen reciclar sus desechos, según la Ley de Gestión Integral de Residuos y Fomento al Reciclaje, y establece que las municipalidades son las encargadas de gestionar los residuos generados en sus territorios y promover servicios de reciclaje a través de la regulación local.
“La Alcaldía nos consulta frecuentemente si ciertos establecimientos han entregado sus residuos, ya que reciben denuncias al respecto. Cuando un establecimiento está afiliado con nosotros, esto les brinda respaldo, porque pueden demostrar que nos están entregando sus materiales [para reciclarlos]”, explica Paz.
Zulma Gómez se encarga de llevar un registro detallado de todo esto. Cuando alguien ingresa al centro de acopio, anota su nombre, número de contacto, los tipos de materiales entregados y el peso de los residuos. Esto ayuda a la organización a llevar sus propias estadísticas para monitorear la cantidad de residuos que ingresan y salen hacia las diferentes empresas que le compran a Oriente Recicla.
Desde 2021, el programa cuenta con 60 afiliados que periódicamente entregan sus residuos, además de las donaciones y ayudas que reciben de personas, negocios e instituciones locales. Así, entre octubre de ese año e inicios de 2024, el proyecto recolectó 246 toneladas de residuos.
La educación ambiental como pilar de cambio
El proyecto, que también ofrece servicios de consultoría a asociaciones comunales y otras iniciativas locales, ha incorporado la educación ambiental como un componente central, ofreciendo talleres y capacitaciones en las comunidades. A través de la creación de su centro de acopio y sus puntos verdes, Oriente Recicla ha logrado concientizar y fortalecer la gestión de residuos en varias comunidades a través de la cultura de las 3R: Reduce, Recicla y Reusa.
“Hoy en día existe todo un movimiento para dignificar esta labor, que es fundamental para prevenir la contaminación que generamos. Es muy importante entender que el reciclaje forma parte de un esquema más amplio, la economía circular, que nos ayuda no solo a ser consumidores responsables, sino también a manejar adecuadamente nuestros desechos y residuos”, explica Karla Paz.
Zulma Gómez, coordinadora del programa, agrega: “Gracias a mi trabajo aquí, mis hijos pueden estudiar y puedo sacar adelante a mi familia”.
La participación activa de la comunidad, en especial de adultos y jóvenes, es clave para el programa. La inclusión de estos grupos no solo facilita la logística del reciclaje, sino que también fortalece el sentido de pertenencia y responsabilidad en la comunidad, lo que aumenta la sostenibilidad del programa a largo plazo.
“Decidimos que queríamos hacer un programa en el que aprendiéramos, primero, cómo manejar la basura; segundo, encontrar un mecanismo para separar lo que no sirve de lo que se puede reciclar y reutilizar; y tercero, hacer una campaña masiva y alianzas”, explica Karla Paz.
Así, el programa apuesta por un efecto multiplicador. “Si en una comunidad hay 20 personas y cinco se comprometen, estos cinco, con su trabajo constante, proyectan el mensaje a sus vecinos y logran que más personas se sumen a la causa”, explica Paz.
Al integrar la educación ambiental dentro del proyecto, Oriente Recicla ha fomentado el cambio cultural en la percepción del reciclaje a quienes capacitan. Este efecto multiplicador se manifiesta en todos los grupos etarios, pero especialmente entre los adultos mayores, quienes ven el programa como una forma de dejar un legado. “Ellos dicen: ‘Sí, yo ya me voy, pero ¿qué va a quedar después?’. Ese sentido de pertenencia, de arraigo, es lo que les motiva a actuar”, añade Paz.
Para ello, este proyecto busca adaptarse a las necesidades de cada comunidad. Si un vecino muestra interés en implementar el programa en su comunidad, el equipo realiza una visita para conocer cómo se manejan los desechos en el lugar y consulta a los demás residentes sobre los mejores horarios y métodos de enseñanza.
Este enfoque también se adapta al nivel de escolaridad de los participantes, trabajando incluso con personas que no saben leer ni escribir pero que comprenden el impacto negativo de los residuos. Para facilitar la comprensión, el programa utiliza vídeos como herramienta educativa, aunque los materiales sobre las problemáticas ambientales de la zona oriental son escasos, según el equipo, debido a una falta de interés del gobierno.
Yader Ruiz, docente de Biología en la Universidad de El Salvador, destaca la importancia de todo este proceso. “Es esencial que la educación ambiental comience desde la primaria y se refuerce en niveles superiores, para cultivar una cultura de reciclaje y respeto por el medio ambiente.”
El problema de la sostenibilidad
Además del cobro por la recogida y la venta de los residuos reciclables y las donaciones, Oriente Recicla busca constantemente fondos de cooperación orientados a temas ambientales. Pero aun así no es suficiente. No en vano de momento el proyecto solo puede permitirse emplear a cuatro personas y recompensar con víveres a una quinta. Por tal razón, los organizadores del proyecto siguen buscando maneras de superar las dificultades logísticas que enfrentan.
Una de las más importantes es la falta de infraestructura adecuada. “Estamos operando en un terreno que, en período de lluvias, se convierte prácticamente en un pantano. Esto hace muy complicado tanto el acceso como el trabajo al interior del centro de acopio”, dice Karla Paz. Y añade la necesidad de contar con más personal y vehículos de recolección. “Solo contamos con un microbús con capacidad para 1.5 toneladas, con el que solo podemos hacer la ruta de recolección tres veces por semana”.
Además, Paz destaca la falta de promoción y divulgación del programa. A pesar de contar con un acuerdo con la Alcaldía que compromete a las empresas locales a través de licencias de funcionamiento, la participación no ha sido lo suficientemente amplia. “No todos se involucran como deberían, lo que afecta el alcance del proyecto”, concluye.
No obstante, el hecho de que en apenas tres años un equipo de cuatro personas con recursos limitados haya logrado reciclar más de 240 toneladas de residuos y logrado que las distintas comunidades de San Miguel tengan más conciencia sobre la importancia del reciclaje es un gran primer paso en un país todavía en deuda con este tema.