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jueves, marzo 28, 2024

Una semilla más del canasto: diversidad en Talamanca

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Daniela Martínez Torres
Daniela Martínez Torres
Daniela es una mujer indígena bribri de Talamanca, estudiante de antropología de la Universidad de Costa Rica, interesada en temas de derechos de mujeres indígenas y diversidad sexual. / Daniela is a Bribri indigenous woman from Talamanca, anthropology student at the University of Costa Rica, interested in issues of indigenous women's rights and sexual diversity.

La semilla soy yo.

Lo más antinatural es temerle a lo natural.

Pero ¿qué es natural? ¿No son todas las semillas algo natural?

Soy una de esas semillas cuyas raíces brotan desde la fertilidad de la montaña, siguiendo el ritmo que sus ancestros le han mostrado. Pero esta semilla se ha empezado a preguntar quién es y descubre entonces un nuevo ritmo. Veo ante mí algo inusual.

Siento una textura peculiar, diferente y escucho el crujido de mi raíz. A mi espalda el viento se mueve violentamente entre los árboles, la tierra y el cielo empiezan a retumbar, y sin embargo, se sigue sintiendo natural, lo único peculiar es que es nuevo. Descubro otras semillas que son como soy yo, pero que vibran a ritmos diferentes. No hay soledad. Más raíces han llegado ahí. ¿Por qué mis ancestros no me han traído aquí? Porque dicen que no es lo correcto.

El canasto es mi Talamanca Bribri.

Mis raíces reposan en la frondosa Alta Talamanca. Ahí en la fértil tierra se ubican los trazos de mi identidad. En aquel lugar aprendí cómo funciona el cultivo, cómo funcionan los ríos, cuándo y cómo debo interactuar con la naturaleza.

Las mujeres en mi hogar siempre procuraron cultivar en mí un pensamiento profundo sobre la vida, como las canastas tejidas con bejuco rebosantes de mazorcas. Llenaron mi cuerpo y mi alma con años de historia, lucha y conocimiento. La rebeldía y la resistencia la formaron con firmeza y se aseguraron de dejar claro en mi pensamiento que tengo fuerza suficiente para enfrentar hasta la batalla más larga. Siempre se esbozaba junto al fuego del fogón las historias de las que debía aprender y con las que tenía que entender el mundo.

Aprendí a ver desde mi interior pero también a ver con mis hermanos y hermanas, saber que todas y todos existimos en un mismo plano y merecemos respeto indiferentemente de nuestras particularidades. Que lo más natural de la tierra era que las semillas crecieran cada una de forma única pero conservando su esencia como un todo, somos partes de un todo que es la vida.

Las reuniones de los mayores de las comunidades también fueron fuente de respuestas para esta temerosa semilla en crecimiento. Allí, ante todo, se afirmaba el concepto de “yamipa”, es respeto y unión. Pero algo de aquellas palabras resultaba cuestionable. Si bien es cierto, el respeto y el apoyo es fundamental entre nosotras y nosotros, esos ideales parecían desaparecer en el aire cuando algo no seguía el rumbo de lo que llaman «natural».

Cortesía de Daniela Martínez Torres / El Colectivo 506

Crecer y autoconocerse es un proceso complicado—en especial si no contamos con una mano que nos acompañe—y se vuelve aún más tormentoso si pareciera algo completamente desconocido. Todo lo que he mencionado, el aprendizaje sobre la vida y la naturaleza, estuvo impregnado fuertemente de una idea de lo correcto. Aquellas historias que en toda mi vida escuché con atención solían inclinarse a relatar a un hombre y una mujer, quienes juntos mantenían el equilibrio y era la forma en que se veía una familia, una comunidad, el orden de las cosas.

Es por eso que cuando descubrí en mi una capacidad de atracción independientemente del sexo de una persona, me encontré en medio de un sendero enmarañado. Ya había visto lo que pasaba cuando se rompía la norma, pero no esperaba plantar mis pies en aquel lugar. Sin embargo, ya había aprendido a no temerle a las batallas.

La curiosidad del asunto me llevó a preguntar una y otra vez a los mayores sobre la diversidad sexual, porque el silencio y la intriga definitivamente no aportarían en nada. Entonces me aseguré de escuchar atentamente lo que los adultos decían y lo que los jóvenes decían. En el proceso descubrí un par de personas quienes me compartieron un extracto de su vida, resulta que la mayor parte recibió una respuesta negativa al hablar de su sexualidad en sus hogares. Unos fueron rechazados en sus círculos sociales. Otros tuvieron que marcharse o se resignaron a ocultarle al mundo esa parte de sí mismos.

Tuve miedo algunas veces, porque no es común hacer preguntas sobre la diversidad sexual o la sexualidad en general en territorio indígena. Muy pocas personas están abiertas a esos debates. Por suerte, el número de personas va en aumento y cada vez hay un poco más de tolerancia. Conocer otras historias de personas indígenas que no siguen la heteronormativa es una fuente de valor para muchos y muchas: para esto la tecnología juega un papel importante actualmente, pues así conectamos con más personas con quienes muchas veces tenemos luchas en común. Sin embargo, también es necesario entender que el acceso a la tecnología y la información es un privilegio de pocos en territorio indígena. Si bien esta nota puede alcanzar a muchas personas ¿cuántas de ellas serán indígenas?

Muchas y muchos siguen temiendo por la discriminación que sufren por parte de su mismo pueblo. Algunos han abandonado sus comunidades y han buscado refugio lejos de la tierra donde nacieron porque los han visto como “diferentes” y se han enfrentado a etiquetas como indígenas desviados o desorientados. Pero desafortunadamente, dejar sus territorios no resuelve el conflicto. Continúa la discriminación dentro del territorio y se enfrentan a otras formas de discriminación en el bosque de concreto: la ciudad.

La primera vez que me vi sumergida en la marea de colores sobre el asfalto en la marcha del día del orgullo LGBT+ en San José, me sentí como foránea. Era la marcha por la comunidad sexualmente diversa y si bien yo era parte de ella, no me sentía así.

Estaba en medio de historias con contextos diferentes donde la mayor parte eran rostros colorados por el calor que vivían una realidad distinta a la mía. No podía conectar con sus historias a pesar de hablar de diversidad sexual porque ellos no entendían la batalla por mi identidad, las implicaciones que tenía en mi cultura, y el peso que tenía ser una mujer indígena que se oponía a la heteronormatividad.

Después de todo, dentro o fuera del territorio indígena se sentía fría la piel, seguían viéndome diferente. Pero no lo soy. Mi piel morena carga historias de mi tierra, mi cabello oscuro lo trenzaron las mismas mujeres que me enseñaron a no dejarme vencer, mi cuerpo lo ha fortalecido el ambiente de donde vengo. Soy semilla del canasto como cualquier otra.

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