Alonso* tiene 35 años y es padre de dos hijos adolescentes. Es de San Sebastián. Está sentado en una silla de ruedas en la oficina de la administradora del Hogar Nuestra Señora de la Esperanza en Cartago. A este Hogar llegó hace 10 meses, a la sección de muerte digna; antes de que entrara, miembros del personal del Hogar comentaron que se ha recuperado contra todos los pronósticos.
Se ve nervioso, y dice claramente que no quiere que su imagen ni su nombre aparezca en nuestros reportajes—pero comparte toda su historia de forma transparente y abierta. ¿Por qué? Porque, según Alonso, quiere que las personas tengan más información sobre el virus que ha afectado su vida, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (HIV)—lo malo, pero también lo bueno. (Lea más en “Alonso se levanta”, parte de nuestra crónica sobre este tema).
Aquí, extractos de lo conversado, editado para claridad y brevedad. Su nombre y ciertos detalles ha sido cambiados para respetar su privacidad, a solicitud de él y en consideración a la discriminación que siguen enfrentando las personas con VIH.
Hace aproximadamente tres años me diagnosticaron el virus este. En ese entonces era también un adicto en proceso de recuperación, ¿me entiende? Pasé casi 20 años en drogas.
Fue un setiembre cuando decidí que quería pasar una Navidad sobrio. A veces pasaba las Navidades y el 31 fue puf, puf, puf, para evadir, para no sentir, legal. Un día llegué y le dije a mi mamá, “Mami, la cuestión es que ya no quiero consumir. Solo quiero disfrutar con usted, con mis hijos”. Me dice, “Bueno, está bien, pero sepa que lo que usted destruyó por tanto tiempo, no lo va a construir en un día, ¿verdad?… Aquí no se juega, se va a quedar en el corredor y ahí sí va a tener tele, va a tener la comida y todo, pero de la puerta para allá no se va a pasar”.
Los primeros días fueron tranquilos, pero ya, conforme iban pasando los días, yo pensé que me estaba agarrando el síndrome de abstinencia. Me empecé a enfermar. Ya no toleraba ni el agua, ningún alimento, ni líquido. Un día que me voy a bañar, yo me veía muy delgado, y cuando abro el grifo yo nada más sentí dónde me desconecté. Yo veía negro. Empecé a gritar a mi mamá: “No veo, no veo”. Qué fuerza sacó ella—esa fuerza que tiene toda mamá—Y me sacó y me sentó y me dice, “Tranquilo, pa. Al rato se le bajó la presión. Oiga, tómese un vaso con leche caliente, con azúcar”.
Pasaron varios días… empecé a no poder tragar, a no digerir nada, me empecé a enflaquecer más y más y más. Ya no podía hablar. Me llevaron a [una clínica] y ahí pasé un montón de horas… me remitieron al Calderón Guardia y tenía todo por el suelo. Me diagnosticaron un hongo en todo el cuerpo, y dos bacterias aparte del hongo, y en ese entonces me dijeron que era SIDA… Me dice la doctora, “No entendemos cómo usted está vivo”.
Me mandaron a Infectología, me internaron 15 días. Fue algo feo porque se me pusieron los pies como elefante. Empecé a tener reacciones que yo decía, “Dios mío, ¿qué es esto?”
Me dieron la salida y estuve en la casa, casi ocho meses limpio. Pero cada vez que yo me acostaba—de verdad, mente desocupada, guarida del diablo. Y además la falta de información también, ¿me entiende? Yo decía, “Voy a estar tomándome el antirretroviral, voy a tomarme los antibióticos, y ahí cero más cero, igual cero. Igual me voy a morir”. Y yo me di un pequeño permiso.
Mis hijos vivieron mi adicción al rojo vivo.
Yo no salía del barrio porque no tenía la necesidad de salir del barrio. Me fui por allá. Y ¡qué va!
Lo primero que nos dicen en Infectología es que… combinar la droga con el antirretroviral es un choque mortal. No lo hagan. Pero en la misma ignorancia mía estaba cerrado en que me iba a morir.
Dije yo, “la cuestión es que ya sé vivir en la calle. Me la voy a rifar otra vez”. Error. Y ahí empecé. Yo sabía que había un error, pero no lo quería ver. Pasaron casi seis meses después de que abandoné el tratamiento, pero me empecé a sentir mal. Empezaba a vomitar, empezaba a tener mucha diarrea.
Un día yo le dije a mi mamá, “Me siento mal.” Me dice, “¿Ves? Por abandonar el tratamiento”. Me llevaron al Calderón y me sale la carga viral, puf, por arribísima. Me dijeron, “Usted no se va a ir de aquí, usted va a quedar internado”.
Ya empecé a sentirme lo más mal. Le digo a mi mamá, “voy a orinar”. Cuando me meto al baño me caí y yo nada más yo escuchaba mi mamá: “¿Qué le pasa, papi? ¿Qué le pasa?”
Me levantaron y me sentaron en una silla de ruedas. Dicen que pasaron 22 días que estuve en coma. Me hicieron traqueotomía. Cuando me desperté, tenía mucha sed y yo quería una botella con agua. Pero me dijeron “No, no puedes”. ¿Y yo por qué? Todavía podía hablar, pero tenía tapada la garganta. Y yo me quería levantar y no me siento de la cintura para abajo.
Desde ese momento yo no quería vivir, yo no quería seguir viviendo. Yo mismo me estaba dando por vencido. Muchas veces lloré amargamente estando en mi adicción, porque… hizo efecto el karma. El karma existe. Lo que usted haga se le va a devolver.
De ahí pasé casi tres meses en cama. Baño en cama, todo en cama—horrible. Yo lloraba porque no sentía las piernas. Yo quería levantarlas y no podía. Quería acostarme boca abajo: no podía. Quería comer: no podía. Hasta que llegó un momento que me metieron una sonda por la nariz—oh, ¡por Dios! Legalmente estos últimos dos años han sido los más amargos de mi vida.
Yo cumplo años un 7 de septiembre; me dieron la salida un 8 de septiembre. Yo quería por lo menos disfrutarlo afuera, mi cumpleaños número 35. Educaron a mi mamá y todo. Mi mamá me consiguió una cama especial para mí, una silla de ruedas para mí. Pero me puse muy mal en la casa también otra vez y me volvieron a internar.
Cuando pasó el tiempo, me llegaron a hablar de aquí [el Hogar]. A veces le doy gracias a Dios que quizás apareció ese ángel y me dijeron que quería una oportunidad y yo ahí sí ya no lo pensé mucho para responder.
Estaba ansioso más bien de salir del hospital a donde fuera, pero no hospital, que mucha gente se moría a la par mía. Dicen que venía yo a muerte digna. O sea, imagínese en qué estado venía yo, a muerte digna. Ahora andar en una silla, andar una sonda, usar pañal, legal, porque yo perdí sensibilidad de los esfínteres—pero gracias a Dios que existen un lugar como este. Aquí he aprendido a informarme en sí que es [el VIH]. Me di cuenta de que el VIH y SIDA no es lo mismo. También me he dado cuenta que no puedo abandonar mi tratamiento.
Ya voy a cumplir diez meses de estar en el hogar. Ya muevo mis pies, ya me pongo de pie. A veces he salido y me doy cuenta que no necesito una sustancia para reírme, para disfrutar, para muchas cosas. Estar aquí yo sé que va a ser temporal, pero también tengo que adquirir paciencia y ser perseverante para llegar a alcanzar por lo menos mi caminar. Un paso a la vez. No me apresuro porque, legal, no quiero correr sin haber primero aprendido a gatear.
[La otra versión de mí, durante la adicción], hizo muchas cosas que solo Dios sabe. Llegué a conocer lugares que no tenía que conocer, ver cosas que no tenía que haber visto. Pero hoy, gracias a Dios que estoy aquí.
Si me visualizo con respecto a mi vida: por lo menos volver a caminar. Buscar un lugar inclusivo donde me acepten, como en un área laboral que quizás no tenga mucho esfuerzo, no estar mucho tiempo de pie. Y tratar de ser feliz yo mismo. Quererme mucho más a mí. Sentirme yo orgulloso de mí mismo.
Mis hijos ya están grandes: 15 y 14 años. Quizás nunca he estado ahí presente, pero quizás Dios me está dando otra oportunidad para ahora, en esta etapa de preadolescencia rebelde, estar como con más bases para por lo menos guiarlos. Que no hagan lo que hizo papá, que iba bien y se desvió y se fue al barranco, verdad.
Tenemos que darnos cuenta de que el VIH es una enfermedad del siglo 21. ¿No entiende que está agarrando mucho más fuerza? Sabemos lo que es la tuberculosis, lo que es esto, lo otro, lo otro. Entonces quizás dejemos de ver el VIH así, muy pequeño y no le damos tanta pelota como otras enfermedades. Sabemos que usualmente la persona no se muere del VIH, se muere de las enfermedades oportunistas que se le presentan. ¿Entiendes?
Mantener el CD4 alto para que, quizás, con eso y una buena alimentación e higiene, buen sueño y lo que es la salud mental. ¿Me entiendes? Para no dejarnos detonar por cualquier cosita, porque también sabemos que ahí la salud mental juega un papel muy importante también con el CD4, porque a veces si nos estresamos mucho.
A veces le doy gracias a Dios que me dio VIH porque quizás era la única opción que yo definitivamente iba a decirle un “no” a las drogas. Muchas veces me pregunté, “¿Por qué, papá?” Entonces acá cambié la pregunta: “¿Para qué estás aquí entonces?”
*El nombre real de Alonso ha sido omitido a petición suya, para proteger su privacidad y en consideración a la discriminación que enfrentan las personas con VIH en Costa Rica. Aprenda más sobre el VIH Hogar Nuestra Señora de la Esperanza en su página de Facebook, contáctese por correo electrónico, o done via SINPE Móvil al 8507-7676.