El nacimiento de tu bebé le da un arco a tu vida. De hecho: el embarazo lo hace. Desde el primer dolor extraño, las náuseas repentinas, comienzas a medir tu vida de nuevo. Nueve meses, hitos del desarrollo, ¿cuánto más con estos pañales? ¿Esto de amamantar? ¿Cuánto tiempo más estaremos acurrucadas así? Se avecina esa cinta final: 18 años.
Todas lo vemos ahí, un horizonte constante. Esperamos con pavor o anticipación. Después de 18 años, se restaurará algo de libertad, lo queramos o no.
Imaginemos, entonces, esas madres de madres asesinadas. Las abuelas que se encuentran en la sombra de un feminicidio.
El asesinato de una joven madre a manos del padre de sus hijos deja muchas vidas en ruinas. Pero para la madre de esa víctima—preparándose para un tercer acto, o relajándose, tal vez—rompe todo el arco. En un instante de horror, la columna principal de una tienda desaparece del centro de su existencia.
Su vida se recarga con calcetines pequeñitos y la comunión nocturna del cepillado de dientes. Para los no iniciados, esto puede sonar reconfortante. Seguramente, a veces, lo es. Pero esos calcetines no son solo calcetines. Son su vida entera repitiéndose, en contra de su voluntad. Son un regreso al principio justo cuando el mismo latido de su corazón parece haber terminado.
Mientras está de duelo, la llaman de nuevo a la acción. Debe retroceder hasta el principio justo cuando sus años de trabajo para criar a su hija han sido cruelmente deshechados por el odio. Con una media naranja arrancada de su lado, una herida que nunca sanará, ella se rehace alrededor de otra.
En las sombras, una luz deslumbrante. ¿Cuál amor es más grande, más triste, más fuerte que este?
Texto de Katherine Stanley Obando, dedicado a las madres de Heisel y Eva, y a las otras madres y padres relacionados con nuestros reportajes de este mes. Imagen de Priscilla Mora (lea su foto reportaje aquí). Nuestra serie dominical #MediaNaranja presenta historias cortas sobre el amor en todas sus formas.
