“A mi me hace sentir muy orgullosa, porque es un tesorito que ya está resguardado”, dice Karina Villalobos, refiriéndose a poco más de 2000m2 donde han sembrado árboles frutales, arbustos florales, y han colocado decoración en forma de abejas. Karina cuenta que ahora ve pájaros que no veía antes, “bichitos” que nunca había visto, en contraste con la basura, desechos fecales de personas y animales, y el vandalismo que ocurría hasta hace cinco meses que se colocó la maya perimetral en este parque que alberga el pozo de agua que alimenta la Urbanización Baviera, donde viven más de 800 personas.
Karina tiene 10 años de administrar la ASADA Árbol de Guaria a tan sólo 15 minutos caminando del Parque Central del cantón central de la provincia de Alajuela, el segundo cantón más poblado de Costa Rica. Esta urbanización una vez fue la Finca la Esperanza, la cual se dividió en 300 lotes de los cuales 280 tienen construcciones y son abonados de la ASADA.
Árbol de Guaria es una de las 1239 Asociaciones Administradoras de los Sistemas de Acueductos y Alcantarillados Sanitarios (ASADA) que existen actualmente en Costa Rica. Estas son, desde el 2000, agrupaciones de personas que conforman una organización de orden privado sin fines de lucro, encargada de proveer un servicio público. Pero no cualquier servicio, sino uno que es un derecho constitucional.
En el 2020, Costa Rica puso por escrito en su constitución pública que “toda persona tiene el derecho humano, básico e irrenunciable de acceso a agua potable, como bien esencial para la vida”, y reforzó que “tendrá prioridad el abastecimiento de agua potable para consumo de las personas y las poblaciones”. Sin embargo, atender esta necesidad y obligación no es tan fácil.
Un ejemplo es que a Karina le haya tomado casi 10 años convencer a la Municipalidad de Alajuela que, aunque el parque es un espacio público, la protección del agua debe ser prioridad.
La ASADA Santa Gertrudis Centro es otra de las organizaciones materializando el derecho constitucional al agua, pero ahora en una comunidad rural ubicada a poco más de 18 Km al noroeste de Árbol de Guaria, en el cantón de Grecia de la provincia de Alajuela. En Santa Gertrudis, las calles zigzaguean entre cafetales, cañales y casas con jardínes verdes y frondosos, y aunque el paisaje es muy diferente, aquí también tiene que lidiar con la burocracia institucional, pero sus más de 900 abonados y una historia de organización comunitaria que se acerca al centenario, le ha permitido utilizar recursos propios y así poder avanzar, a pesar del letargo institucional.
Aunque ambas ASADAs son muy diferentes, ellas y las otras 1237, comparten el mismo objetivo: brindar agua de calidad a sus comunidades. Y ambas lo hacen gracias a la misma energía.
“Los que formamos parte de la gestión del recurso hídrico, a parte del compromiso y la responsabilidad, mucho es amor por lo que se hace”, dice Hellen Alfaro, quien es oriunda de Santa Gertrudis, asociada y administradora de la ASADA desde el año 2013. Pero esa conciencia sobre la importancia del trabajo de las ASADAs no es generalizada.
“Para mi eso es una debilidad muy grande en las comunidades, ese desapego”, dice Karina. “Ya no hay esa unión para poder salir adelante. Aquí en algún momento [la comunidad] se unió para establecer [la ASADA], pero se necesita unión para darle continuidad”.
Hellen en su posición de administradora también hace eco a lo que dice Karina. “Aquí, si nos quedamos sin agua, nos quedamos sin agua todos”.
¿Qué es una ASADA?
Las Asociación Administradora de los Sistemas de Acueductos y Alcantarillados Sanitarios (ASADAS) aparecen como figura en Costa Rica en el año 2000, cuando entra en vigencia su reglamento (Decreto Ejecutivo No. 42582-S-MINAE). Sin embargo, esta figura de agrupación comunitaria que administra y protege las fuentes de agua potable no era nueva. Hasta ese momento, y principalmente en las zonas rurales del país, existían los Comités Administradores de Acueductos Rurales (CAAR), regidos por la Ley de Desarrollo de la Comunidad, Ley No. 3859.
Según el Programa Estado de la Nación (PEN) “para el 2024, los acueductos comunales abastecen a un 33% de la población nacional, se contabiliza una cantidad de 500.559 conexiones de agua (personas abonadas) y un total de 1375 entes operadores comunales, de los cuales 1239 corresponden a ASADAs legalmente constituidas y con Convenio de Delegación, 5 bajo la figura de Asociación, 48 Asociaciones de Desarrollo Indígena, 81 CAARs y 1 Cooperativa”.
Todas estas figuras comunales de administración del agua están bajo la tutela del gobierno central. La principal institución que les regula es el Instituto de Acueductos y Alcantarillados (AyA) quien en documentación oficial explica que deben firmar un Convenio de Delegación que le permite a los asociados “cooperar en la administración, mantenimiento, operación y desarrollo de un acueducto comunal, convirtiéndose en una organización privada prestataria de un servicio público, por delegación del AyA, sin fines de lucro”.
Otra entidad importante para el funcionamiento de una ASADA es la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (ARESEP), que define la tarifa que puede cobrar una ASADA por el servicio público que presta.
Karina, de la ASADA Árbol de Guaria explica que en este momento en Baviera los vecinos pagan una tarifa básica de ₡3100.00, más la tarifa de hidrantes y más una tarifa escalonada según el consumo de agua de cada abonado. Karina cuenta que Árbol de Guaria es una ASADA que tiene un 0% de morosidad, y que por eso ella considera que es una organización muy estable.
Marco Vinicio Alfaro es el presidente de la Junta Directiva de la ASADA Santa Gertrudis y tiene más de 30 años de estar involucrado activamente en la organización. Él y Hellen recuerdan cómo el acueducto de la comunidad básicamente nace de la gesta y visión de los habitantes de la comunidad a mediados del siglo XX.
“La gente era muy solidaria y cuando se pedía una ayuda para ir a hacer trabajos a las partes altas—para ir a arreglar tuberías, para colocar tuberías—colaboraban muchísimo. Usted decía en misa ‘el acueducto ocupa tantas personas para ir a poner una tubería’ y ‘salimos tal día a tal hora’, la gente llegaba, y el que no podía participar le pagaba a otra persona que fuera y lo supliera a él y así colaboraba. Entonces todas esas cosas fueron las que fueron formando la comunidad y el desarrollo de la comunidad”, dice Marco.
Por muchos años el acceso al agua en Santa Gertrudis era ilimitado y disponible para todas las familias por igual. En los años 1990, por ejemplo, el Comité de Cañerías de Santa Gertrudis (la figura que desde 1978 y hasta 1998 se había hecho cargo de la administración del acueducto) cobraba una tarifa anual, igual para cualquier abonado, que rondaba los ₡1500.00. Fue a finales de esta década que la organización decidió implementar el sistema de micromedidores en cada casa, para que cada persona pagara únicamente por el agua que consumía.
“Esa vez, el gimnasio se llenó. Cuando se dijo que íbamos a poner medición y que íbamos a cobrar nuevas tarifas y que el precio del agua iba a subir, todo el mundo llegó a ver qué era el asunto”, recuerda Marco sobre la reunión donde la ASADA presentó el proyecto a sus asociados y a la comunidad. “El agua sí alcanzaba, pero como se pagaba tan poco por año y la gente gastaba lo que quisiera, no tenía esa cultura [de protección]”.
Pero esa visión del recurso hídrico ha ido cambiando.
“Cuando se va el agua en la comunidad porque tenemos una avería en la parte alta, la comunidad casi que colapsa. Las escuelas, colegios, restaurantes, panaderías, carnicerías, el EBAIS, depende del agua, sin agua no pueden hacer nada”, dice Hellen. “Lo importante es que prevalecen esos valores de seguir cuidando lo que tenemos e ir pensando a futuro, pensar en las nuevas generaciones, que lo que se haga sirva para muchos años más ”.
No sólo es administrar el agua
Aunque Árbol de Guaria y Santa Gertrudis Centro tienen como misión proveer el servicio de agua a sus comunidades, las acciones van mucho más allá de captar agua, clorarla, colocar tuberías, medidores y cobrar el recibo cada mes. La responsabilidad de estas organizaciones pasa por la educación ambiental y el uso adecuado del recurso para que permanezca en el tiempo.
Ambas ASADAs realizan programas de reforestación, educación ambiental y cuido del recurso hídrico en las escuelas y colegios de la comunidad, eventos comunitarios para promover el cuidado del medio ambiente, programas de manejo de desechos sólidos a través del reciclaje y en muchas ocasiones son espacios de aprendizaje para estudiantes universitarios.
El aprendizaje que deja la gestión comunal del agua
Andrés Araya es Ingeniero Agrícola, Investigador del Centro de Estudios sobre Desarrollo Sostenible de la Universidad Técnica Nacional, y tiene más de 10 años de estudiar y trabajar con ASADAs de todo el país. Él está convencido de que las ASADAs “hacen un trabajo fuerte para materializar el derecho humano [al agua], donde ni las AyA ni las municipalidades lo hacen”.
“Ellos saben que el trabajo que realizan es importante para la salud de la gente y luego para el desarrollo de la comunidad”, y agrega, “si no hay una junta, si no hay una ASADA funcionando adecuadamente, el agua empieza a salir sucia, la gente se empieza a enfermar, el efecto es directo, y voz no puedes ser tan apático, no puedes dar por sentada el agua”.
Sin embargo, no siempre es así.
“Detrás de un acueducto hay muchísimas cosas que la gente no tiene ni idea” dice Karina de Árbol de Guaria. “A veces los usuarios vienen y yo les enseño el panel de control y no saben qué es eso; no saben que el pozo está a 75 m de profundidad. Entonces el poco conocimiento también siento que ha sido una de las debilidades de las ASADAs”.
Es decir, las ASADAs han aprendido que para ser exitosas deben educar a sus asociados y a sus abonados, para que sepan que el servicio que reciben implica mucho trabajo.
“Yo también he aprendido que se necesita mucho la transparencia, el orden, la capacitación”, dice Karina. Ella es administradora de profesión pero vivió una curva de aprendizaje sobre ASADAs, y encuentra que esa capacitación de voluntariado y funcionarios, tanto en administración como en el manejo de acueductos, es indispensable para lograr el éxito de la asociación.
“Es una empresa comunal”, dice Marco, y considera que las ASADAs deben poner especial atención en cuidar de sus nacientes y en invertir en infraestructura, tanto operativa como administrativa.
En Santa Gertrudis Centro han invertido en comprar 10500 m2 de terreno donde se encuentran dos de sus tres nacientes. Han reforestado y esperan seguir expandiendo.
Hellen cree que parte de esa infraestructura es el personal, y valora mucho el trabajo que hacen los dos fontaneros que trabajan para la ASADA Santa Gertrudis Centro, Harold Picado Espinoza y Anthony Nuñez Rojas. El trabajo de este dúo implica una dedicación 24/7.
Por otro lado, para Marco es indispensable reconocer que “la cantidad de abonados tiene un efecto directo en la capacidad de acción de las ASADAs” y que por eso, en muchos casos es mejor promover la integración de acueductos más pequeños.
Las dificultades en la gestión comunal del agua
Andrés, el investigador de la UTN, dice que las ASADAs enfrentan tres dificultades principales no sólo para realizar su labor de la mejor forma, sino también para crecer: escala, dispersión y debilidad administrativa.
Él explica que menos del 10% de las ASADAs tienen más de 1000 abonados, y alrededor del 50% cuentan con menos de 150 abonados. Tener pocos abonados hace que algunas ASADAs no tengan suficientes ingresos para poder afrontar los retos financieros de mantener el acueducto, en especial aquellas ASADAs que también deben hacer frente a la dispersión, porque sus abonados están muy distanciados entre sí y/o las tomas de agua están alejadas, lo que hace que el mantenimiento de ese sistema de tuberías sea costoso y complejo.
La debilidad administrativa tiene dos niveles. Por un lado, ASADAs con pocos ingresos no pueden cubrir el gasto de contratar una administradora, o tener personal de planta para atender las emergencias, por lo que dependen del trabajo voluntario de sus asociados, principalmente de los miembros de la Junta Directiva. Por lo tanto, muchas veces los proyectos y mejoras que podría y debería realizar la ASADA no se logran porque la disponibilidad de los socios voluntarios es limitada.
“Trabajan por amor a su comunidad”, dice Karina sobre la junta de Árbol de Guaria. Los miembros de una Junta Directiva no reciben un salario, sino la llamada dieta, que es un pago por cada sesión de trabajo de ₡6000. “El AyA debería, o el ARESEP, algún reglamento donde se les pague a las Juntas Directivas, aunque sea un salario simbólico para que puedan ejercer”.
Según Andrés, muchas veces el tiempo limitado que pueden dedicar los asociados al proyecto tiene un impacto directo en monetizar el servicio. “Muchas veces por la debilidad administrativa dicen que les da miedo cobrar la tarifa que les da ARESEP”, explica.
El otro nivel de debilidad administrativa tiene que ver con la cantidad de personas asociadas—los abonados que escogen ser parte de la asociación y así tener voz, y mayor responsabilidad. Por un lado, aunque ambas ASADAs tienen un número considerable de abonados, Árbol de Guaria tiene menos de 100 asociados, y Santa Gertrudis Centro tienen 120 asociados; es decir, las personas que pueden tomar decisiones sobre el funcionamiento del acueducto son muy pocas comparadas con las que se benefician del servicio. Para ambas ASADAs este problema no sólo es falta de interés de las personas que reciben el servicio, sino también muchas personas que quieren participar no pueden, porque para ser asociadas deben tener un terreno a su nombre en el área de cobertura de la ASADA. Esto excluye a inquilinos, mujeres que no tienen propiedades a su nombre y/o familias jóvenes que viven en propiedades de padres o familiares.
Esta incapacidad para lograr más miembros de las asociaciones impide que exista un relevo generacional. En el caso de Santa Gertrudis, por ejemplo, el 70% de los asociados son personas adultas mayores, y las pocas personas jóvenes no quieren asumir la responsabilidad de liderar la asociación.
Andrés, en su trabajo de investigador, encuentra otro factor que no sólo dificulta sino limita el accionar de las asociaciones: una relación vertical entre el AyA y las ASADAs. Para él es necesario “que el AyA no vea a las ASADAs como un hijo, sino como un hermano, como un colaborador”.
A nivel nacional, según documentación oficial, el conjunto de ASADAs ocupan el segundo lugar en la administración del agua, inclusive significativamente mayor que las municipalidades juntas (con una cobertura del 14%). Sin embargo, siguen dependiendo de la supervisión minuciosa del AyA para poder operar.
“El gran tema de nosotros son los vistos buenos del AyA”, dice Marco. “Nosotros hacemos una consulta al AyA, y esas consultas duran seis, siete meses ahí guardadas y no hay respuesta, y eso no nos deja avanzar”.
Este tipo de consultas son desde estudios técnicos, la liquidación de activos, hasta la solicitud de financiamiento bancario para realizar mejoras. En el caso de Santa Gertrudis, y debido al buen manejo de sus finanzas, han logrado avanzar con proyectos como la instalación de un nuevo tanque de captación, diez veces más grande que su tanque original, o la creación de una oficina para poder operar y atender al público. Ninguno de esos proyectos sería una realidad en este momento si dependieran de los “vistos buenos” del AyA.
“Todo eso toma mucho tiempo, mucho más de lo que debería,” dice Marco.
“Papeles van, papeles vienen, papeles se vencían, hay que estar renovando papeles. Entonces es muy desgastante”, agrega Hellen.
El ingrediente secreto es la asociatividad
“La asociatividad nos genera grandes cosas”, dice Marco, “y creo que nos marca los objetivos fundamentales para poder seguir avanzando. Si no nos asociamos seguimos siendo minimizados por las organizaciones”.
Es por eso que ahora no sólo se busca promover la participación de ciudadanos en las ASADAs, sino la unión de asadas en organizaciones de segundo nivel como ligas, uniones y federaciones, para lograr mayor impacto.

“Cuando tengamos que salir a reclamar algo por el agua, por el medio ambiente, y lo hacemos en grandes cantidades, la gente nos va a poner atención. Mientras tanto y si seguimos cada uno por su lado, pensando que ya tenemos solucionado todos los temas, no nos van a dar ninguna importancia”, explica Marco.
“Es un compromiso que genera acciones para el logro de un fin específico que beneficia a varias personas, [es importante] sobre todo en tiempos donde todo es rápido, inmediato, donde hay individualismo”, dice Andrés.
“Es algo muy virtuoso, uno aprende un montón. Son gente muy trabajadora, con altos niveles de liderazgo y compromiso, que sacrifican horas de descanso, familiar, por el compromiso que tienen con el recurso hídrico y sus comunidades”.