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Huertos de autonomía: mujeres que siembran futuro

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En Comasagua, Panchimalco y otros distritos rurales de El Salvador, decenas de mujeres han hecho de la agroecología una forma de vida. Entre el trabajo agrícola, los cuidados del hogar y la lucha por el acceso a tierra y agua, construyen autonomía económica, redes solidarias y nuevas formas de organización. Este reportaje recoge las voces de Adela, Blanca, Estela, Fátima y Patricia, su cotidianeidad y sus apuestas por un futuro más justo desde la tierra que cultivan.

La periodista Gabriela Montenegro cuentan la historia de este programa en este reportaje creado con una beca del Fondo para el Periodismo de Soluciones en Latinoamérica, una iniciativa de El Colectivo 506, con el apoyo de la Fundación Avina y su Agencia InnContext. Este trabajo fue publicado por Alharaca y Radio Balsa el 10 de junio del 2025, y fue adaptado y traducido para co-publicación con nuestro medio.

Adela Orellana, originaria de Cabañas, nunca imaginó que cultivaría su propio alimento. Antes no sabía cómo cuidar un rábano. Ahora cultiva media tarea de tierra – en El Salvador equivale a 500 metros cuadrados – junto a su compañera Blanca González. Ambas viven en una comunidad en Comasagua, La Libertad, al sur de El Salvador. Hoy, Adela cosecha para su familia y también vende sus productos. Su historia muestra cómo la agroecología ha cambiado la vida de muchas mujeres rurales.

Tiene 55 años. Vive con su nuera y su hijo menor. Es madre de tres hijos. Todos los días, se levanta a las cinco de la mañana. Prepara el desayuno, ordena la casa, alimenta a las gallinas, los pericos y las tortugas; y, alista a su hijo para que se vaya a la escuela.

Luego camina unos pasos hacia su huerto de media tarea. Ahí, trabaja hasta el mediodía. Al volver, cocina y almuerza con su familia; y, por la tarde, se traslada a su milpa de dos tareas y media. Su rutina cambia según el clima, tanto la siembra como sus actividades comunitarias.

Adela forma parte de la Asociación de Mujeres Comasagüenses. También integra La Canasta Campesina, una cooperativa comasagüence que produce y comercializa hortalizas orgánicas. Asiste a reuniones, intercambia semillas, y prepara abonos naturales con lo que recolecta en el monte. Aprendió a cultivar sin químicos y a vender sin intermediarios.

Adela Orellana, en su casa malla (similar a un invernadero), en Comasagua, La Libertad. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Sembrar en tierra ajena

En El Salvador, casi tres millones de personas tienen un trabajo por el cual reciben un salario o ganancia. Otras no, trabajan en negocios familiares sin pago. De toda la población ocupada, el 35.2 % vive en el área rural y el 64.8 %, en la urbana. El 56.7 % son hombres y el 43.3 %, mujeres.

La agricultura, ganadería, caza y silvicultura es la tercera actividad económica más común. El 13.6 % de la población trabaja en este sector: son casi 400 mil personas. La mayoría son hombres: 341,727. Solo 58,086 son mujeres.

De acuerdo con una estimación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) realizada para 2022, las actividades agropecuarias, pesqueras y forestales representaron un 5 % del Producto Interno Bruto (PIB).

Adela Orellana muestra uno de sus productos. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

De las 345,047 personas que se dedican a la agricultura, solo 77,063 tienen tierra propia. De ellas, apenas 9,299 son mujeres. El resto alquila o produce en tierras prestadas.
La mayoría de mujeres que sí tienen tierra vive en la zona rural: 7,026. Pero la gran mayoría cultiva sin garantías. En total, 169,487 personas alquilan sus parcelas, de esas, 16,143 son mujeres.

Quienes cultivan enfrentan barreras estructurales: acceso a la tierra, al agua y a formación técnica en agricultura. Sin embargo, en Comasagua, Panchimalco y Huizúcar, las mujeres han logrado superarlas: siembran en tierra ajena o propia para alimentar a sus familias, generar ingresos y sostener a sus comunidades al practicar la agroecología.

Escuelas que siembran autonomía

Estela Monterrosa tiene 53 años. Vive en un caserío, en el sur de Comasagua. Es parte de la Asociación de Mujeres Comasagüenses. Dice que las mujeres siempre han trabajado la tierra, pero no siempre han aprendido a cuidarla.

“Hay mujeres que llevan años trabajando con la agricultura tradicional para sembrar maíz, frijol y maicillo”, cuenta. “Ahora hay grupos de mujeres que hemos aprendido cómo trabajar orgánicamente”.

Varias organizaciones impulsan este proceso. La Asociación de Mujeres Comasagüenses (AMC) reúne a 200 mujeres. La de Panchimalco (AMP), a 285. La de Huizúcar (AMH), a 200 más. Otras agrupaciones también se han sumado. Todas cuentan con el acompañamiento de la Asociación Comunitaria Unida por el Agua y la Agricultura (ACUA).

Juntas crearon un programa de escuelas agrícolas. La formación combina teoría y práctica. Las mujeres han aprendido a preparar abonos orgánicos y repelentes naturales. Recolectan microorganismos del bosque, hojarasca, ceniza, restos vegetales. Cada ingrediente tiene su función en el ciclo de la tierra. La nutre sin dañarla.

Estas escuelas no solo enseñan a cultivar. También fortalecen el liderazgo de las mujeres y promueven la autonomía económica y el trabajo colectivo. Son espacios donde la tierra se vuelve aula y la siembra, una forma de resistencia y liderazgo femenino.

El objetivo no es solo sembrar. Es comer sano. Vender parte de la cosecha. Y con lo que ganan, cubrir otras necesidades del hogar. “Es bonito”, dice Estela. “Aprendés a no dañar la tierra. Y con la venta de nuestro trabajo agrícola compramos lo que hace falta”.

Para muchas mujeres, la agroecología es eso: autonomía. Es un ingreso propio. Una mesa con comida. Y una tierra viva que también las sostiene.

Agroecología: sembrar sin dañar

En Comasagua, la agroecología ha tomado fuerza. Este distrito tiene 12,705 habitantes. El 56.4 % está en edad productiva: unas 6,040 personas: 2,322 son mujeres.

Más hogares están a cargo de mujeres que de hombres: 6,634 viviendas tienen jefa de hogar frente a 6,071 de hombres, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2024. También hay un dato clave: 3,200 personas estudian actualmente y 1,623 son mujeres. Ese acceso a la educación también siembra futuro.

Las prácticas agroecológicas se expanden. Las mujeres las enseñan. Las adaptan. Las ponen en práctica mientras cuidan el hogar, la familia y, en muchos casos, también crían animales.

La agricultura tradicional usa pesticidas y fertilizantes químicos. La agroecología no. Requiere más tiempo, pero protege el agua, el suelo y la salud. Integra lo social, lo cultural y lo económico; y, transforma la relación entre alimentación y sostenibilidad.

Algunos hombres prefieren los químicos. “Porque matan la plaga al día siguiente”, explica Estela. Pero las mujeres han aprendido otra lógica. Aplican repelentes naturales dos o tres veces por semana, según el cultivo. El proceso es más lento, pero más sano.

Combatir la desigualdad y cuidar la tierra

En Comasagua, sembrar no es solo cuestión de tierra. También es cuestión de poder. Las mujeres enfrentan desigualdad, falta de apoyo estatal y disputas por agua y tierra.
Muchos hombres siguen controlando los recursos. Y muchas estructuras comunitarias —como las Asociaciones de Desarrollo Comunal, las ADESCOS— frenan la participación femenina.
A veces, la oposición viene desde la misma casa. Estela lo vivió. Su pareja intentó impedir que siguiera en el programa. “Yo le dije: ‘yo voy porque quiero, vos no me mandás’”, recuerda. Fue un reto. Pero lo enfrentó. Y hoy, su huerto es su espacio de libertad.

Estela se siente realizada. Sus tres hijas ya no dependen de ella como cuando eran pequeñas. Los quehaceres del hogar siguen siendo parte de su rutina; pero su huerto casero la hace sentir viva. Lo primero que hace en el día es revisar sus cultivos: el tacto de la tierra la conecta con la naturaleza y le despeja la mente. “Ya uno lleva más ganas de hacer el oficio”, dice con satisfacción.

Blanca González y Adela Orellana muestran parte de sus cultivos de cebollín. Ellas siembran tomate, rábano, lechuga, repollo, ejote, chile, cilantro, ayote, berenjena, pepino, apio, espinaca, orégano, güisquil, pipianes, frijoles y maíz en un terreno que comparten, en Comasagua, en La Libertad Sur. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Como ella, otras mujeres han hecho de sus huertos un espacio propio, un refugio. Han encontrado identidad y propósito. Aunque el trabajo del hogar y de cuidados no desaparece, ellas han logrado involucrarse activamente en los procesos agrícolas y comunitarios.

La casa de Blanca González queda junto a la de Adela. Desde hace un año, Blanca tiene un huerto orgánico de media tarea de tierra. En otro terreno, siembra una tarea de milpa. Su rutina es similar a la de su vecina, solo que inicia una hora más tarde: a las seis de la mañana. Antes de que una de sus nietas entré a clases, a las ocho de la mañana, esta matriarca prepara el desayuno y el almuerzo. Otra nieta la ayuda con las tareas del hogar.

En las tardes, la mujer de 54 años trabaja en el huerto. Ahí siembra, desyerba, riega, cosecha. Distribuye su tiempo entre el trabajo agrícola, el del hogar y las reuniones de la Asociación.

Como muchas, no siempre logra quedarse a todas las actividades. Por eso, Patricia Martínez, presidenta de la Asociación de Mujeres Comasagüenses, agenda la mayoría de capacitaciones, charlas los fines de semana y prioriza los temas clave. Sabe que el tiempo de las mujeres es limitado y valioso.

En la zona rural, las mujeres trabajan más del doble que los hombres en tareas de cuidado y del hogar. Dedican 7 horas con 4 minutos cada día, frente a las 3 horas con 29 minutos que destinan los hombres. Es una diferencia marcada que refleja la sobrecarga que enfrentan. A nivel nacional, el promedio también revela la desigualdad: las mujeres dedican casi seis horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados, mientras que los hombres no alcanzan las tres, de acuerdo con la Encuesta del Uso del Tiempo 2022.

Blanca González muestra parte de lo que siembra en su casa malla. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

El liderazgo de Patricia

Patricia Martínez vive en una comunidad, al sur de Comasagua. Tiene 44 años y completó sus estudios de bachillerato. Lleva un año desempeñando su cargo como presidenta de la Asociación Mujeres Comasagüenses con remuneración, lo que le permite cubrir los gastos de traslado y alimentación durante las jornadas de trabajo comunitario. Desde los ocho años trabaja la tierra. Aprendió junto a su padre y hermanos.

Su jornada comienza antes del amanecer. A las cuatro de la mañana, alimenta a los pollos, alista a su hija de 11 años y revisa que lleve dinero para la comida. Luego se camino para buscar la ruta y desayunar algo rápido.

Patricia trabaja la tierra desde que tenía 8 años. Aprendió junto a su padre y hermanos.
Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Vive con su madre de 70 años, su esposo y su hija. Después del trabajo comunitario, regresa a casa, conversa con su niña. Pero su día no termina ahí. A las siete de la noche, casi todos los lunes, se conecta con la técnica de ACUA. Revisan actividades, planifican reuniones, entregan informes de campo.

Sus horarios con la Asociación van de siete de la mañana a cuatro de la tarde. Los sábados los dedica al trabajo agrícola, junto a su esposo. Siembran en una manzana de milpa. Cada cosecha cuesta unos 900 dólares entre la compra de insumos y pago de jornaleros en un periodo de 8 a 9 meses.

Patricia recuerda que durante su infancia, ella y su familia trabajaban en una finca y muchas veces el maíz que sembraban lo entregaban completo para pagar el abono. “Quedábamos sin comer todo el año”, dice. Ahora, ella y las demás mujeres de las escuelas agrícolas han adquirido los conocimientos que les permiten reconocer si la tierra es fértil y saben cómo cuidarla. En su milpa, Patricia aplica barreras vivas, abono orgánico y plantas protectoras del suelo.

Como ella, muchas de las mujeres se han quedado en el proceso de formación agroecológica, no solo por necesidad, sino por conciencia. Blanca González, por ejemplo, lleva toda su vida en la agricultura. “No usamos químicos. Me gusta que sea sano. Lo químico al final le hace daño a uno. Antes mi papá sembraba hortalizas y siempre ocupaba químicos”.

Panchimalco: banderas de tierra, escudos de trabajo

La agroecología también crece en Panchimalco. Este distrito tiene 44,404 habitantes: 23,534 mujeres y 20,870 hombres. El 53. 3% de la población económicamente activa: 19,615 personas. De ellas, 11,523 son hombres y 8,092 mujeres. Las mujeres también lideran más hogares: 23,534 jefaturas femeninas frente a 20,870 masculinas. Ahí también, las mujeres están sembrando otra forma de vida. ACUA impulsa este trabajo con un enfoque sensible al territorio y al género, porque entiende que sembrar también es resistir desde lo local.

Fátima Lovo vive en un cantón, al sureste de Panchimalco, en San Salvador. Tiene 33 años, es madre de tres niños y una niña. Comparte su vida entre la agricultura, el hogar y la organización comunitaria.

Su jornada empieza a las 2:45 de la madrugada: prepara el desayuno de su esposo, adelanta los oficios del día y cocina para sus hijos e hija. A las seis en punto los despierta y reparte responsabilidades. A las siete ya va camino a alguna reunión en los cantones cercanos.

Fátima preside la Asociación de Mujeres de Panchimalco (AMP). También lidera la ADESCO de su comunidad las directivas de la junta de agua y de la cooperativa en Zaragoza, al sur del país. Cada semana participa en el cobro del servicio de agua en San Isidro. Una vez al mes, organiza una reunión comunitaria.

En invierno, toda la familia trabaja la parcela: preparan la tierra, siembran, limpian, chapodan. Salen temprano y trabajan sin detenerse. No almuerzan en el campo, prefieren avanzar lo más posible. Comen algo ligero y regresan al anochecer. En casa, cenan juntos. Cuando los hijos y la hija duermen —cerca de las nueve—, Fátima aún sigue de pie. Ordena, limpia, deja todo listo para volver a empezar.

En el 2021, ACUA facilitó gallinaza para los comités de la zona. A cada mujer le entregaron cinco quintales. Fátima llevó el abono a casa. Su esposo, acostumbrado al abono químico, decidió usar gallinaza en la mitad de su terreno. Para sorpresa de ambos, esa parte dio mejores frutos: más grandes, más ricos.

“Eso es lo que está pasando en diferentes agricultores”, dice Fátima. “Muchos están contentos. Yo creo que sí vamos a lograr el objetivo de empoderar a los agricultores con los beneficios de una agricultura orgánica, ya sea en abono y en foliares”.

Adela cosecha para su familia en su casa malla y comercializa el excedente de sus cultivos. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Escuelas agrícolas ¿cómo surgieron?

Las escuelas agrícolas surgieron de forma distinta en cada territorio. En Comasagua, las mujeres llegaron desde los comités comunitarios, donde ya participaban. Primero, recibieron formación organizativa y talleres de sensibilización sobre agricultura. Después, se integraron a las escuelas agroecológicas.

En Panchimalco el proceso fue diferente. Ahí se crearon cinco líneas estratégicas: el tema organizativo; la red de prevención de violencia contra las mujeres; medio ambiente (incluye la agricultura); salud preventiva para la mujer, y las iniciativas económicas para la mujer (autonomía económica). Cada mujer decide a qué línea sumarse.

Adela cosecha para su familia en su casa malla y comercializa el excedente de sus cultivos. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Hoy, cuando una mujer se integra a una de las asociaciones, comienza un proceso de sensibilización. Se le explican sus derechos, se le introduce al concepto de autonomía económica. “Aprenden cuánto invertir, cómo recuperarlo, qué beneficios pueden obtener”, explica Patricia Martínez. “El enfoque parte de lo que ya tienen en su comunidad o en contextos urbanos. Se trata de construir desde lo posible”.

La metodología de ACUA cambia según el territorio, el tiempo disponible y la ubicación. Pero el corazón del modelo es el enfoque “campesino a campesino”. Esta parte de un principio claro: primero se sensibiliza, luego se fortalece, y solo después se identifican los liderazgos. “Cuando terminás el proceso, te das cuenta quién puede ser promotor o promotora”, explica Nuvia García, ingeniera agrónoma y técnica de ACUA.

Sin embargo, ese ideal enfrenta limitaciones. Las distancias, el tiempo y la urgencia obligan a veces a elegir liderazgos antes de terminar el proceso. “Tenemos que escoger desde antes a una lideresa o un líder”, dice Nuvia. “Sólo en Comasagua hay once comités. Algunos están tan lejos que solo los visito una vez cada quince días”.

Aun así, la socialización horizontal se mantiene. Ya no se hace solo con promotores formales. Cada grupo elige una coordinadora y una subcoordinadora. Ellas reciben formación técnica y luego comparten sus conocimientos con respaldo del equipo de ACUA. Es el método que se usa ahora en Panchimalco. Allí, Fátima —lideresa y encargada de la línea de Prevención de Violencia— capacitó a 30 mujeres en abril. De ese grupo elegirá a tres para que multipliquen lo aprendido con otras compañeras.

Las escuelas agrícolas se organizan en tres módulos principales. En el primero se enseña el valor del suelo como ente vivo y las bases de la agroecología; en el segundo, la elaboración de insumos que incluye abonos sólidos y líquidos, repelentes y caldos minerales. El tercero es práctico: se diseña la parcela, se planifica el manejo de hortalizas y se aplican los productos elaborados.

Estas escuelas rara vez se parecen a un aula tradicional. El equipo de ACUA trabaja de forma ambulante, combinando contenidos teóricos, presentados en diapositivas, según el contexto. Adaptan la enseñanza al calendario agrícola, al clima y a la realidad de cada comunidad.

Actualmente, ACUA acompaña a más de 150 mujeres agricultoras en cada uno de los cuatro distritos donde opera: Comasagua, Huizúcar, La Libertad y Panchimalco. En todos, tienen escuelas de agricultura.

Frente a la desigualdad, sembrar organización y autonomía

Uno de los pilares del trabajo de ACUA es el enfoque de equidad de género. Además de fomentar la participación activa de las mujeres, también se promueven nuevas masculinidades. En todos los territorios, a través de las cooperativas, los hombres participan en procesos formativos dentro de la línea de Medios de Vida Sostenibles, con enfoque en derechos.

La desigualdad se enfrenta desde varios frentes. En la primera fase de organización, muchas mujeres reciben talleres sobre derechos y empoderamiento, incluso sin formar parte directa de las escuelas agrícolas u otros oficios. “Algunas vienen sólo a capacitación”, menciona Patricia Martínez. Estas enseñanzas les dan herramientas a todas las mujeres. De ahí parte la autonomía económica: desde la confianza.

Más allá del huerto: soberanía alimentaria y economía solidaria

ACUA también impulsa la seguridad alimentaria desde el rescate de la semilla criolla de maíz y frijol. “A las compañeras se les entregan 10 libras de semilla criolla para que las siembren. Luego devuelven 12. El excedente lo compartimos con otras compañeras de las cinco asociaciones”. Así fortalecen la soberanía alimentaria en sus comunidades.

Estela Monterrosa trabaja en la planta procesadora PACC, donde elaboran salsas, mermeladas, vinos y sazonadores de comida, a partir de los cultivos de las mujeres agricultoras. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

Además, promueve iniciativas económicas grupales: panaderías, granjas de pollos, elaboración de dulces, salsas, vinos artesanales, costura, bisutería y producción de champús naturales. Actividades que permiten a las mujeres generar ingresos sin depender de insumos costosos ni químicos. Un ejemplo es la planta procesadora levantada por la Asociación de Mujeres Comasagüenses, con apoyo de ACUA.

Se llama Productos Alimenticios de Campesinas Comasagüenses (PACC). Ahí trabajan cuatro mujeres. Producen mermeladas, salsas, vinos y otros derivados agrícolas, en muchos casos productos cultivados por las mismas compañeras.

Para echar a andar el proyecto, ACUA seleccionó a quince mujeres para capacitarse en procesamiento. Seis fueron elegidas para iniciar, aunque solo cuatro lo mantienen en funcionamiento. También se encargan de compartir lo aprendido con otras mujeres.

“La idea es que las compañeras le vendan a la planta lo que cultivan: chile dulce, jalapeño, cebollín, perejil… todo lo que se pueda procesar”, explica Estela, una de las trabajadoras. Ella recuerda con orgullo las jornadas de formación en el campo experimental de la Universidad de El Salvador. Allí aprendieron a hacer salsas, vinos, chocolate y café, con normas de inocuidad.

Ahora sueñan con registrar la marca y sumar más mujeres. “Nuestro sueño es no quedarnos solo nosotras cuatro. Queremos sumar más cada año” dice Estela. Por su trabajo reciben un pago de 8 dólares por día. No es diario, pero es lo que han acordado entre ellas.

Por ahora, venden sus productos en ferias y mercados locales organizados por ACUA. Su meta es formar un negocio circular: desde la siembra orgánica hasta la venta de comida.

Tierra ajena, agua escasa, futuro incierto

La tenencia de la tierra es uno de los mayores obstáculos que enfrentan las mujeres agricultoras en Panchimalco y Comasagua. Muchas siembran en terrenos alquilados, prestados o en disputa. Esto limita sus decisiones y su capacidad de invertir a largo plazo.

“¿Cómo voy a meterle tanto abono natural, tanto cuidado, si esa tierra no es mía?”, “Hoy la dejo bien, pero el otro año puede que ya no me la alquilen. Todo el esfuerzo que hago es para que otro lo aproveche” son comentarios que ha escuchado Fátima, presidenta de la Asociación de Mujeres de Panchimalco (AMP).

El sentimiento es compartido por muchas de sus compañeras. La mayoría trabaja en tierra ajena, por la que pagan entre 8 y 16 dólares mensuales por tarea (unos 1,000 metros cuadrados). Ese alquiler les permite producir, pero no garantiza estabilidad.

Durante dos años, Adela y Blanca pagaron alquiler por el terreno donde cultivan. Les dijeron que había sido vendido, pero nunca supieron con certeza quién era el dueño.

Al dejar de pagar el alquiler, comenzaron a quedarse con la totalidad de sus ganancias. Parte de la cosecha la destinan al consumo familiar; el resto lo venden. En meses regulares, Adela gana entre 75 y 90 dólares. En temporadas favorables, puede duplicar esa cifra, dependiendo del cultivo. Para ponerlo en perspectiva: el salario mínimo agrícola en El Salvador era de $243.43 hasta el 1 de junio de 2025. Tras un aumento del 12 %, ahora es de $272.53. La canasta básica rural, para una familia de cuatro personas, cuesta $178.76 al mes. Incluye tortillas, arroz, carnes, grasas, huevos, leche, frutas, frijoles y azúcar.

Aun en sus mejores meses, Adela apenas cubre la canasta básica, y eso sin considerar otros gastos como transporte, educación o salud. Su ingreso equivale a una tercera parte salario mínimo rural. Este contraste evidencia la fragilidad económica de muchas mujeres agricultoras, que, a pesar de sembrar alimentos, viven en condiciones de subsistencia.

En la comunidad de Patricia, la situación no es distinta. Unas 80 familias cultivan en tierras embargadas y siguen pagando a un supuesto encargado. “Sabemos que legalmente no está claro, pero tenemos que cosechar lo que podamos”, dice Patricia.

A esto se suma, la escasez de agua. En Panchimalco, algunas comunidades solo reciben tres barriles cada cinco días. En otras, el agua llega cada seis u ocho semanas. “Hay quienes riegan con agua jabonosa”, cuenta Fátima.

Blanca y Adela siembran tomate, rábano, lechuga, repollo, ejote, chile, cilantro, ayote, berenjena, pepino, apio, espinaca, orégano, güisquil, pipianes, frijoles y maíz en un terreno que comparten, en Comasagua, en La Libertad Sur. Gabriela Montenegro / El Colectivo 506

En Comasagua, el panorama es similar. “No hay apoyo del gobierno ni del municipio”, dice Patricia. “Tenemos ríos y nacimientos, pero no se aprovechan. En cambio, nos toca trabajar con bidones (cisternas)”.

Frente a estos desafíos, algunas mujeres han conseguido espacios colectivos. En la Cooperativa El Sitio, en Comasagua, se gestionó un terreno comunal. “El consejo de administración de la cooperativa nos cedió un terreno para sembrar colectivamente», explica Nuvia, técnica de ACUA. Han intentado replicar el modelo en San Antonio y Santa Adelaida, al centro y norte de Comasagua, respectivamente, con distintos niveles de éxito.

No todas han podido continuar. Algunas dejaron de cultivar porque el dueño de la tierra no quiso vender ni intercambiar. “Solo les quedó su huertecito en casa, si acaso”, dice Patricia. Esto ocurre más en zonas urbanas, donde el acceso a tierra es aún más difícil.

Por eso, los huertos caseros se han vuelto una alternativa clave. “Estamos trabajando en eso”, explica Fátima. “En las capacitaciones enseñamos cómo usar el patio de la casa para sembrar. Lo importante es tener un espacio, aunque sea pequeño, para cultivar algo propio”.

La agricultura se ha convertido en una forma de autonomía, de resistencia y liderazgo. Mujeres como Fátima y Patricia han sido clave para sostener estos procesos. Desde la empatía y la organización, han creado espacios para que otras también siembren vida. Ahora cultivan no solo alimentos, sino también redes, conocimientos y caminos colectivos.

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Gabriela Montenegro López
Gabriela Montenegro López
Periodista con experiencia en redacción, fotografía, locución y marketing digital. Capacitada en la investigación del gasto público, lavado de dinero y activos por la Asociación de Periodistas de El Salvador. Se ha desempeñado en comunicación multimedia en instituciones públicas. / A trained journalist with experience in writing, photography, voiceovers, and digital marketing. She received training in investigation of public expenditure and money and asset laundering from the Journalists Association of El Salvador. She has also worked as a multimedia specialist in public institutions.

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