¿Qué es una ola en el mar que no se puede ver?
Sonidos y sensaciones, supongo. El mayor de los crescendos, un murmullo lejano que se convierte en rugido. La sensación de la tensión de que se acumulará y se romperá. Con la práctica, esos murmullos y flujos se convierten en un idioma que uno puede hablar, pero ningún grado de fluidez lo llevará hasta el final, cuando no solo quiere entender la ola, sino también montarla sin que sea vista. Para eso necesitará algo más.
Se requiere otro tipo de ola. Una ola que viene desde adentro de usted. Una oleada de audacia y fe lo suficientemente fuerte como para balancear sus piernas sobre la tabla, empujarlo a ponerse de pie, empujarlo hacia adelante como un cuchillo a lo largo de esa superficie brillante.
¿Es de extrañar que sus amigos se hayan puesto gafas ennegrecidas para ver cómo se hace? ¿Para que ellos también puedan vivir en carne propia cómo una persona surfea sin ver?
Después de todo, es por eso que vemos deportes. Cualquier deporte. Cualquier deportista. Observamos para ver talento, músculo, habilidad, pero sobre todo, observamos para vislumbrar esa oleada interior. En las gradas, en nuestro sofá, también la sentimos. Observamos porque esperamos encontrar nuestra propia ola que viene desde adentro, en nuestra hora más oscura. Observamos porque a veces, un atleta convierte la oscuridad en luz: destellando en el agua, chispeando en su estela.
Inspirado por el campeón de surf no vidente Henry Martínez y el “Reto Surf a Ciegas” en el que surfistas como Jair Pérez, Lizbeth Vindas, Ariel Gutiérrez y Gilbert Brown tomaron las olas con gafas que les bloqueaban la visión para que pudieran experimentar algo de lo que Henry logra en el agua. (Vea el desafío aquí). Nuestra columna semanal Media Naranja cuenta breves historias de amor con un toque costarricense. Durante nuestra edición de noviembre, “Tenaz”, se enfocan en cómo los deportes y atletas costarricenses no tradicionales emergen de las sombras.
