Nunca voy a olvidar el momento en marzo 2020 cuando pasaron la circular en el Liceo de Uvita donde nos comunicaron que se iban a suspender las clases por un mes. En esos primeros momentos había mucha confusión, y no sabíamos hasta cuándo durarían las primeras medidas, como el confinamiento. Lo más triste fue luego de unas dos semanas, cuando nos empezaron a llegar mensajes de los profesores guías, informándonos que no volveríamos a clases e íbamos a empezar una nueva normalidad, la modalidad virtual.
Antes de la pandemia, la vida en Uvita era muy amena. Mi comunidad, un pueblo en la costa Pacífica sur de Costa Rica (donde vivo con mi mamá, dos hermanos y también mi padrastro), era muy unida y siempre se hacían actividades para la convivencia: partidos, ferias comunales, fiestas de verano, entre otras. El colegio donde estudié es muy pequeño, aproximadamente 350 estudiantes y 29 profesores, entonces éramos como una familia. Todos nos conocíamos. Siempre desde la entrada del colegio lo saludaban a uno con una sonrisa. Les celebramos los cumpleaños a los profesores, con queque, helado, refrescos y hasta globos.
Venían grandes cantidades de turistas a visitar la playa ya que vivo cerca del Parque Nacional Marino Ballena. Muchos extranjeros se quedaban meses luego del Envision Festival, un evento muy grande que se lleva a cabo en el sector de Playa Hermosa, o esperando el Festival de Delfines y Ballenas que siempre se hace en septiembre.
En el colegio, la llegada de la pandemia COVID-19 significó un cambio muy drástico. Había muchos profesores—la mayoría—que se les hacía súper complicado el uso de la tecnología. Eran poco dinámicos, tuve solo unas 7 clases virtuales en todo el año lectivo. Fue muy difícil. No culpo a los profesores ya que fue un periodo de transición muy rápido y con mucho más trabajo por hacer. En general, la etapa de “colegio virtual” fue de poca accesibilidad y difícil de comprender, ya que las directrices y reglamentos que se utilizaban eran poco evaluativas y nada exigentes como para tener un aprendizaje real como lo hubiéramos tenido en las aula de manera presencial. Con la pandemia nos suspendieron las pruebas FARO, las cuales medían el nivel de aprendizaje, razonamiento y desempeño educativo que habíamos venido fortaleciendo en el colegio.
En mi familia seguimos siendo iguales, tratando de cumplir con protocolos de mantener la burbuja, no salir de casa si no era estrictamente necesario. Aceptamos visitas solo si teníamos la confianza y sabíamos que no se habían expuesto o estado cerca de personas con coronavirus días antes de que llegaran a la casa.
La parte más difícil de la pandemia, para mí, fue no poder compartir mi último año con los compañeros y amigos, solamente un mes de clases. Fuimos, dentro de lo que cabe, una sección muy unida. Siempre hacíamos actividades juntos para recaudar fondos para giras. La empatía nunca nos faltó. Eso hizo que fuera aún más duro para cada uno de nosotros, el vernos solamente por una pantalla, donde no nos podíamos abrazar, acercarnos, sino solamente vernos. Eso complica la comunicación y humanidad.
Otra cosa que fue muy difícil fue tener una graduación en plena emergencia sanitaria; donde no se puede tener una buena interacción social, usando mascarillas todo el tiempo, donde no nos podemos ni saludar, fue muy estresante. La graduación es un momento que uno como estudiante siempre espera con ansias; es donde nos recompensan el trabajo, dedicación y esfuerzo que hemos realizado por años. No pudimos compartirla con los profesores y compañeros con los que vivimos una de las mejores etapas de la vida.
Eso sí: hubieron cosas positivas para mi en todo esto, especialmente el poder generar nuevos conocimientos y poner en práctica otros para ayudar a los demás. Siempre he sido muy apasionado por el uso de computadoras y tecnología en general, entonces estar haciendo todo el día algo que me gusta—ayudar a los demás y usar tecnologías— hizo de la pandemia una etapa de felicidad. También, aprendí el valor que tiene la familia. Si bien mi familia es muy unida, durante el confinamiento nos unimos aún más. Nos dimos cuenta que éramos inseparables y nos complementamos de la mejor manera. Somos como comúnmente dice “uno para el otro.”
Mi deseo para los adolescentes que han vivido conmigo esta etapa tan difícil es sin duda que aprendan y se familiaricen con la tecnología, con las nuevas herramientas que nos hace la vida un poco más fácil (aunque a veces la tecnología nos complica más). Que dediquen el tiempo para aprender y “travesear”, porque es necesario para poder adaptarnos mejor ante un eventual futuro evento de tal magnitud como lo fue la pandemia por la COVID-19. Que busquen plataformas de ayuda en momentos difíciles como lo es Joven Salud, una plataforma gratuita que me ayudó con psicólogos y ayuda profesional en mis etapas más difíciles de la pandemia, ya que las emociones no siempre fueron favorables a la hora de realizar mis tareas o actividades que mi colegio me asignara. Pude realizar dos cursos sobre liderazgo y autoconocimiento, de los cuales tuvimos una graduación muy bonita, nos enviaron paquetes con los títulos y algunos objetos para utilizar como pulseras, mascarillas, alcohol en gel y hasta dulces.
Para las familias, espero que fortalezcan las redes y relaciones que tienen. Ahora que pasamos tanto tiempo juntos debemos hacer actividades familiares para poder conocernos mejor. Si hay personas en la familia que estudian, hay que comprender que es un proceso difícil: la educación a distancia es todo un reto. Uno suele desconcentrarse más fácilmente y hasta se le acumulan los trabajos a uno. Nosotros, los estudiantes, necesitamos de la paciencia, empatía y comprensión de nuestras familias.
A los educadores no nos queda más que agradecerles el gran trabajo que hicieron. Aunque el proceso tuvo un gran “déficit tecnológico”, buscaron ayuda hasta agotar los medios para darnos una mejor experiencia. Para algunos no queda demás agregar que deben de ser más comprensivos y entender que no todos tienen las mismas posibilidades económicas para pagar internet o comprar una computadora. No podemos culpar a los profesores de los procesos de enseñanza porque eso no es decisión de ellos, sino son planes de estudio y estrategias que vienen desde los altos mandos del Ministerio de Educación Pública (MEP).
La pandemia nos hizo vivir con miedos. Despertó nuevas inquietudes, mucha polémica, unión entre algunos países, muchas manifestaciones en otros. También, nos ha enseñado la importancia de algunos sectores como la educación, el sector salud que siempre ha sido de los servicios fundamentales, toda la primera línea de respuesta.
Gracias a Jóven Salud por coordinar esta columna de David. Nos enorgullece cerrar nuestro mes de «Lecciones Aprendidas» con el lanzamiento de nuestra nuevo espacio mensual para escritores jóvenes. Queremos incluir las perspectivas de niños, adolescentes y adultos jóvenes sobre lo que está pasando en sus comunidades. ¿Usted es un/a escritor/a jóven o bien, educador o líder comunitario que le gustaría estar al tanto de los temas de interés para futuras ediciones? Por favor comuníquese con Katherine, [email protected].