Como cualquier costarricense que vota en el extranjero, a él le encantaba la sensación de volver a su país, aunque sólo fuera por un momento: la familiaridad de encontrar su nombre en la lista de votación, la forma, color, hasta el doblez de la papeleta, de las conversaciones con compatriotas. Estaba emocionado de emitir su voto por primera vez en una embajada, y se sintió desorientado por un momento cuando salió a las calles de Seúl una vez más.
Pero para él, el momento de mayor aprecio llegó avanzado el día. De vuelta en su dormitorio, en medio de la relajación habitual de un domingo por la tarde, conversó con sus compañeros de estudios sobre lo que había hecho esa mañana. Estudiantes de México. Timor Este. Burkina Faso. Provienen de casi todos los continentes, con tantos orígenes como personas en la sala.
¿Puedes votar? ¿Incluso del extranjero? ¿Y tu democracia funciona? algunos dijeron. Los estudiantes que ni siquiera podían imaginar tal experiencia le contaron lo que es sentirse completamente impotente sobre quién es el presidente, cómo su viaje de la mañana fue algo que estaba más allá de su entendimiento.
El fracaso y las carencias, la desigualdad y la injusticia que impiden que los votantes acudan: sí. Todo eso ocurre en Costa Rica. Pero aun así, a 14.000 km de casa, pudo expresar su opinión. Y a 14.000 km de casa, se sentó entre estos ciudadanos del mundo y se vio, quizás por primera vez, como alguien más raro de lo que debería ser: un hijo de una verdadera democracia.
Inspirada en Sergio Cantillo Campos y sus recuerdos de participar en las elecciones de Costa Rica desde Seúl, Corea del Sur, en febrero de 2022. Nuestra columna semanal de Media Naranja cuenta breves historias de amor con un toque costarricense. Durante nuestra edición de marzo, “La Alineación”, nos estamos enfocando en el amor por la patria que los costarricenses demuestran—ya veces redescubren—cuando votan desde el exterior.
