Es difícil ser una niña quisquillosa.
Sus padres simplemente no entienden que es una ninja: una feroz defensora del paladar contra los sabores y texturas que le persiguen. En su caso, todo lo que sea suave, esponjoso, picante, caldoso. ¿Picadillo de zucchini? ¡Puño de frente! ¿Papaya madura? ¡Patada voladora! ¿Algo que haya rozado por un tomate? ¡Codo arriba!
Además de eso, siempre están buscando pistas. Tiene algo que ver con sus dos países. Cuando no quiere los cubaces o la ensalada rusa, parece significar más. Ha visto tantos destellos de decepción en caras viejas.
A veces la vida parece una serie de platos enemigos.
Un día de viaje, hojeando un menú largo en un rancho presidido por una abuela como la suya, ve un platillo que recuerda de un día frío en el kinder. “Sopa negra, por favor”, dice. Esos rostros envejecidos la vuelven a ver con deleite. «¿En serio?»
Sonríen a través del vapor mientras ella vierte el arroz con una cuchara, ¡salpica! Y cuando tritura el huevo, ¡sploof!. «¡Me encanta!» dice ella. Hay vacas fuera mirando por la ventana. Hay lluvia en las nubes, lista para mantenerlos a todos dentro de ese rancho y tomar un café después del almuerzo.
Cuando creen que ella no está mirando, sus padres chocan los cinco.
Piensa la ninja: Los adultos son tan raros.
Inspirado en la historia de Emma Jane Obando Stanley y su nuevo plato preferido, la sopa negra. (Gracias, Rancho de Ceci en Zarcero. En serio: gracias.) Nuestra columna semanal de Media Naranja cuenta breves historias de amor con un toque costarricense. Durante nuestra edición de mayo, “Comida que arraiga”, nos estamos enfocando en la relación de los costarricenses con su propia cocina.