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viernes, julio 26, 2024

Construyendo sueños de vida en comunidad: Viviendas colaborativas para la persona mayor

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“¿Y si vivimos juntas? ¿Y si al jubilarnos, buscamos una parcela o un edificio abandonado, y construimos un lugar donde podamos desarrollar esos proyectos aparcados o soñados? Podríamos aprender unas de otras, lo pasaríamos bien, nos cuidaríamos, nos acompañaríamos…”

“Pero yo no quiero una comuna. Quiero tener mi espacio propio, un apartamento completo, aunque sea muy pequeñito, porque quiero desprenderme de muchas cosas, y otras compartirlas con vosotras.”

“No, por supuesto, ninguna queremos algo como una comuna. Queremos un lugar para estar juntas, cuando queramos, y solas, cuando queramos. Eso sí, que anime a seguir viva, a continuar con nuestros propios proyectos de vida, precisamente porque estamos juntas. Por cierto, sí, qué biblioteca tendríamos si juntamos todos nuestros libros… Y cuando nos hagamos viejitas nos acompañamos, nos peinamos unas a otras y que una lea en alto si otra no puede leer. O simplemente estamos un poco pendientes entre nosotras, buscamos a alguien que nos ayude. quizá entre todas no tendría mucho coste.”

“Eso sí. No quiero ser una carga para mis hijos, no quiero que vivan lo que yo viví con mi madre. Estoy convencida de que hay alternativas, y que esas alternativas están en nosotras mismas…”

Hace años que este tipo de conversaciones se vienen escuchando en los cafés y las comidas de domingo, en España, y en muchos otros países del mundo. Es un sueño loco, un primer diálogo que construye castillos en el aire, otro que contrasta con otro amigo, una vez que se repite meses más tarde y entonces un día alguien grita “¡Si yo lo he visto en la televisión! Hay un grupo que ha creado esto en un pueblo cerca de Madrid. Dicen que se llama cohousing y que desde hace décadas vienen fundando este tipo de viviendas en Dinamarca, Holanda, Estados Unidos…”

Cuando en 2012 creamos la asociación Jubilares, además de este interés creciente, también había muchísimas resistencias: “No somos el Norte de Europa. Esto es España.” De hecho, creímos que la palabra cohousing (collaborative housing, vivienda colaborativa) no se utilizaría y nos gustó llamar a este tipo de viviendas “jubilares”—que viene del latín, iubilare, es decir, “saltar de alegría”.

Hoy, exactamente 10 años más tarde, en nuestro país hay un puñado de iniciativas viviendo y varias decenas de cooperativas diseñando o construyendo estas comunidades intencionales. En los medios de comunicación se habla de este fenómeno. Las administraciones convocan jornadas informativas e incluso cambian algunas normas para facilitar su encaje legal.

Podríamos decir que no es un modelo residencial para todas las personas. No porque esté vetado a ningún determinado perfil, sino porque requiere de un esfuerzo personal y grupal. Exige tesón, confianza en otras personas, generosidad para dialogar y consensuar, ganas de construir desde la inteligencia colectiva. El premio a ese esfuerzo es inmenso: una comunidad que provee de resiliencia frente a la adversidad, frente a los cambios a menudo bruscos que trae la vejez—una dependencia sobrevenida, viudedad, y otros—una mejor calidad de vida, sentido de pertenencia, bienestar y salud.

Nuestra asociación nació con la misión de investigar, difundir, acompañar, asesorar y crear redes para que el proceso de construcción de estas comunidades sea más fácil. Lo hicimos a la manera de otras entidades similares europeas, y ahora en otros lugares de América Latina y el Caribe pueden seguir acumulando más referentes, como el nuestro y muchos otros.

Cortesía Javier del Monte Diego / El Colectivo 506

La sociedad está cambiando, las personas adultas mayores están cambiando, y el sistema de cuidados también. El envejecimiento poblacional es un maravilloso logro de nuestra sociedad, aunque plantea grandes retos y oportunidades. Por poner un ejemplo, en España en el año 2000 vivían seis personas de mediana edad por cada persona mayor de 80 años; en 2050 se espera que esa proporción sea de uno a uno. Nuestra conclusión es fácil: ¡nos cuidaremos entre nosotros!

En España hay una “generación bisagra”, personas mayores que han cuidado de sus padres pero ya no quieren que sus hijos lo hagan con ellos. Personas mayores que desde la segunda mitad del siglo XX hasta el momento presente han tenido cada vez más recursos, más estudios, con más conciencia ecológica. Ellas están proponiendo cambios de mirada y alternativas para vivir de forma más coherente con sus valores.

Los cambios en las relaciones familiares, de pareja o paternofiliales, el crecimiento de las ciudades, el cambio climático—todos estos nos obligan a repensar las formas de vida y dirigirlas hacia la construcción de entornos más humanos y sostenibles, accesibles y amigables. Muchas son las razones que están llevando a una reconsideración profunda de los modelos de vivienda, los servicios sociales y los cuidados en la vejez, la discapacidad o la dependencia. Por ejemplo, el reconocimiento de ciertos derechos, como el de la autonomía personal o la vida independiente, recogido en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, o en España en la Ley de Autonomía Personal; también el derecho a una vivienda digna y adecuada, manifestado en nuestra Constitución Española; y otros indiscutibles como el del mantenimiento de la dignidad, el buen trato de las personas mayores, la equidad de género. Para todo ello el cohousing está siendo un importante referente, puesto que aporta un enfoque comunitario y muy participativo—hasta la autogestión—aplicable a otros entornos o escalas como las residencias de mayores o las “ciudades amigables”.

El modelo de vivienda colaborativa o cohousing que facilitamos es un tipo de comunidad autopromovida, autogestionada, con diseño colaborativo, democrática, formada por personas libres y que quieren seguir siéndolo hasta el final, tomando las decisiones que atañen a su vida incluso cuando existe dependencia.

Desde un punto de vista arquitectónico, se trata de un conjunto de unos 15-30 apartamentos en torno a zonas comunes significativamente amplias que se comprenden como parte de la casa, como un verdadero hogar. Pero no es la forma física lo que define el cohousing, sino un estilo de vida, y sobre todo, un proceso de creación que pasa por construir la comunidad antes que el edificio.

La mayoría de personas que se atreven a hacer realidad los sueños mencionados son adultas mayores, mujeres principalmente, pero no es un modelo cerrado a ningún tipo de persona.
Entidades como la nuestra, y otras personas u organizaciones que acompañan los procesos, ofrecen asesoramiento legal, arquitectónico o sobre los cuidados; metodología para la participación comunitaria; capacitación sobre cultura grupal, o formación en atención centrada en la persona.Pero en cualquier caso el impulso, las decisiones y el control del proyecto siempre es de la cooperativa, del grupo de personas que se embarcan en esta aventura.

Decimos que los proyectos de cohousing son, más que proyectos de innovación social, de “retroinnovación” porque vienen a rediseñar lo que se ha hecho toda la vida en los pueblos, lo que vivieron generaciones anteriores a la nuestra en comunidades o familias (extensas) comprometidas. Pero ahora vienen a reformularse con la mejora de los procesos que facilitan la creación de comunidades intencionales, más conscientes en el reconocimiento de las necesidades del otro, con capacidad de prevenir conflictos, con una apuesta decidida hacia la constitución de una buena vecindad.

Las iniciativas de cohousing son “comunidades de cuidado” o proyectos de apoyo mutuo porque ofrecen sistemas de atención integral basados en buena medida en el propio compromiso y corresponsabilidad de las vecinas y vecinos del entorno residencial. Pero además, no son entornos aislados de la comunidad más amplia; los valores de solidaridad, colaboración, empatía, igualdad, participación democrática, o cuidado del medio ambiente, se transmiten al barrio, pueblo o ciudad donde se asientan. Así, algunas de las comunidades de cohousing que se están creando cuentan con iniciativas como huertos comunitarios, aulas abiertas a la ciudadanía, puntos de protección frente a violencias machistas, espacios culturales, deportivos o de ocio para el vecindario. Son en muchos casos recursos humildes—una sala, una actividad—pero significativos en el refuerzo de la cohesión social y la mejora del sentido de comunidad del lugar.

“No quiero ser una carga para mis hijos, no quiero que vivan lo que yo viví con mi madre. Estoy convencida de que hay alternativas, y que esas alternativas están en nosotras mismas.”

Sí. Sí hay alternativas, y personas que las están construyendo y viviendo. Si le interesa explorarlas, le invito a unirse a lo que se está convirtiendo en una conversación global.

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