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jueves, noviembre 21, 2024

De cumpleaños y sobrevivir cáncer testicular

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Federico Hampl
Federico Hampl
Federico Hampl es un jóven emprendedor costarricense dedicado a administrar la empresa de su familia. Su mayor pasión es practicar el deporte de la pesca con mosca. Es uno de los fundadores de la Asociación Costarricense de Pesca Con Mosca (CRAFF por sus siglas en inglés). / Federico Hampl is a young Costa Rican entrepreneur who administers his family business. His greatest passion is fly fishing. He’s one of the founders of the Costa Rican Association of Fly Fishers (CRAFF).

Cuando tenía nueve años, a inicios del 2001, recuerdo una extraña fascinación entre mis compañeritos de clase por unas pulseras de hule amarillas que decían LIVESTRONG. Creo que en Estados Unidos simplemente las regalaban, pero en Costa Rica portar una era una especie de símbolo de estatus. Yo, en un capricho infantil, quería una a toda costa. Buscando, me enteré de que eran parte del material promocional de la fundación de Lance Armstrong a favor de la lucha contra el cáncer, y que él particularmente había sufrido de cáncer de testículo. Este es mi primer recuerdo sobre esta enfermedad. Por un tiempo le insistí a mi padre y justo alrededor de mi décimo cumpleaños me dieron una pulsera amarilla de regalo.

Diecinueve años después, también el día de mi cumpleaños, el regalo estaba relacionado: la noticia de que al igual que el ciclista, yo también tenía cáncer testicular.

Dos semanas antes de ese cumpleaños, en abril del 2020, me levanté con una pequeña molestia en mi testículo derecho. Al examinarme palpé una pequeñísima protuberancia que tenía una firmeza distinta al resto, al tacto me causó una puntada casi electrizante que subió por mi cadera. Extrañado, pero sin darle mucha importancia, seguí adelante con mi día como de costumbre. Siempre he sido una persona muy saludable, en buen estado físico, y mis visitas al médico eran prácticamente inexistentes. Cualquier dolencia desde gripes, alergias y hasta tobillos esguinzados se me resolvían por sí solas en poco tiempo.

Al paso de dos días, el dolor era persistente y empecé a preocuparme. Como todos en la era de la híper-conectividad, recurrí inmediatamente a nuestro médico de cabecera, el confiable Dr. Google. Rápidamente me informé: los dolores de testículos son de los tipos de dolor más frecuentes en los hombres. “Uff… Qué suerte, ¡no es nada!”, me dije, convenciéndome que se trataba de una epididimitis, una inflamación de testículo común y corriente que consideré la obvia explicación a mi dolor y debía desaparecer en un par de días.

La pandemia de COVID-19 había llegado a occidente y aquí en Costa Rica inició el caos generalizado justo para esas fechas. El teletrabajo se volvió la norma y con todos desde casa, atemorizados de salir tan siquiera al supermercado, lavando hasta las compras, era impensable pensar en entrar a una clínica a menos que fuera un caso de suma urgencia. Pero mi dolor iba in crescendo y empecé a dudar de mi autodiagnóstico. Consulté con mi esposa, y ante su insistencia, decidimos hacer una cita con quién nunca había visitado antes en mi vida, un urólogo.

Enmascarando mi susto y ninguneando el problema, llegué donde el doctor, creyéndome doctor, y con una agenda. En mi cabeza lo que yo tenía era epididimitis aguda y requería de un ciclo de antibióticos. Una explicación inicial, un rápido tacto testicular, y mi insistencia de no hacerme un ultrasonido me hizo salir del consultorio con una receta de un antibiótico, Amoxicilina, en la mano y con el compromiso de revisar mis síntomas en una semana.

La semana pasó y todo seguía igual. El día de mi cumpleaños fui a hacerme un ultrasonido. Palabras textuales del radiólogo: “Muchacho, andáte de una vez al especialista, tenés una neoplasia intratesticular y más del 90% son malignas”. Baldazo de agua fría.

El imaginario de los hombres gira desproporcionadamente ligado a sus testículos. “Póngale huevos”, “Crézcase un par”, “Ya le bajaron” y demás frases tóxicas que gravitan en una realidad imaginada: ser hombre es tener un par de testículos. Me enfrenté a la tarea de desprenderme de esta falacia rápidamente. Cuando llegué al urólogo me presentó el siguiente plan de acción. “El primer paso es sacarte sangre para ver tus marcadores tumorales, después hacerte un TAC para descartar metástasis y por último sacarte el testículo. Ojalá mañana mismo”, me dijo sin inmutarse. “Suave, suave, ¿así de una vez?” respondí espantado. “Sí, te queda el otro, se puede vivir perfectamente con un testículo y tenemos que deshacernos de esto inmediatamente”.

El cáncer de testículo es un cáncer altamente tratable y potencialmente curable que se desarrolla con mayor frecuencia en hombres jóvenes y de mediana edad. Es el tipo de cáncer más común en hombres entre los 17 y 40 años.

La mayoría de los cánceres testiculares son tumores de células germinales que, para la planificación del tratamiento, se dividen ampliamente en seminomas y no-seminomas, y cada uno tiene diferentes algoritmos de tratamiento. En general es de los tipos de cáncer con mejor pronóstico.

El programa de Estadísticas, Epidemiología y Resultados Finales del National Cancer Institute (NCI) en los Estados Unidos estima que en el 2021 habrá 9.470 nuevos casos de cáncer testicular y 440 muertes por la enfermedad en ese país. En el caso de Costa Rica según los datos más recientes del Registro Nacional de Tumores (2016) se reportan aproximadamente 100 casos al año que representan apenas el 2% de todos los tumores registrados anualmente en varones.

Siempre he sido una persona que encuentra en las estadísticas el resguardo de la verdad numérica, incorruptible y libre de subjetividad. Pero no es un secreto que las estadísticas, aunque pequeñas, nos pueden tocar, y esta vez me tocaron a mi. Y aunque los números eran claros: 95% de supervivencia, era fácil decirlo, difícil creerlo.

Los meses que siguieron entré en una vorágine médica tratando de entender mi enfermedad y tomar decisiones. Los marcadores tumorales alterados indicaban un tipo de tumor germinal no-seminomatoso, es decir de los más cabrones. Sudaba frío. El TAC descarta metástasis en ganglios. Qué salvada.

La historia continuó con cientos de lecturas académicas en inglés, español, francés, noruego y hasta sueco (gracias, Google Translate). Luego dos operaciones, una sumamente compleja. Cada paso estuvo lleno de muchas decisiones difíciles y llenas de estadísticas. Y después de todo eso, aquí estoy, libre de cáncer.

Mis cumpleaños coinciden con esa época transicional que marca el inicio de las lluvias, por eso los recuerdo mayoritariamente nublados y grises. Sin embargo, en esta ocasión era un día muy soleado diametralmente opuesto con la sombría noticia que había recibido. Era tal vez una premonición de la fortuna que tuve al encontrarme esta enfermedad de manera tan temprana.

Y ahora que tengo la suerte de poder compartir mi historia, creo que ese mensaje de Lance Armstrong, LIVESTRONG, es más importante que nunca. El autoexamen de testículos puede salvar tu vida y sólo toma 30 segundos. Después queda mucho tiempo para vivir la vida vigorosamente.

La pandemia por COVID-19 ha impactado la salud de la población mundial en más de una arista. Las voces de personal médico en todo el mundo no han parado de advertir que la disminución en los procesos de monitoreo y detección temprana del cáncer podría tener un impacto devastador en un corto plazo. En Costa Rica, la suspensión de citas y proyectos de atención y detección temprana del cáncer han afectado una realidad que ya presentaba importantes desigualdades entre poblaciones y regiones del país.

¿Cuál es ? ¿Qué tan grave ha sido el impacto del COVID? ¿Cuáles son las medidas que se están tomando para reducirlo? Y ¿cuales son las alianzas público-privadas que se han ejecutado, o que se están ideando, para reducir la mortalidad por cáncer en Costa Rica?

En nuestra edición de octubre, “El futuro del cáncer», El Colectivo 506 explora la realidad del cáncer en Costa Rica y las alianzas que están facilitando la detección temprana. Conozca la edición aquí.

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