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sábado, diciembre 21, 2024

El cáncer en pandemia, a los 20 años: una nueva oportunidad cada día

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Adriana Retana Piedra
Adriana Retana Piedra
Adriana Retana Piedra, es una joven estudiante de 22 años, oriunda de Santa María de Dota, nacida en una familia caficultora, que creció rodeada de naturaleza, grandes montañas y plantas de café. / Adriana Retana Piedra is a student from Santa María de Dota, where she was born into a coffee-growing family. She grew up surrounded by nature, mountains, and coffee plants.

Nadie hubiera creído y mucho menos yo, que un dolor abdominal 30 minutos después de almorzar hubiera significado eso. Yo no me asusté. “Seguramente la comida me cayó mal”, pensé. ¿Qué si me había sentido cansada? Sí, llevaba un tiempo sintiéndome con menos energía, con menos motivación para realizar las actividades diarias. Pensé que simplemente estaba cansada de la rutina, pero no era así.

El dolor había seguido durante varios días. Fui a emergencias y me pasaron en condición verde: parecía una indigestión, y me mandaron a la casa. Sin embargo, el dolor y la constipación continuaban. “Doctor, ¿le puede enviar un exámen de sangre? Yo creo que tiene anemia”, sugirió mi mamá en una segunda consulta médica. Los resultados del hemograma llegaron.

No eran buenos resultados. El doctor me recomendó buscar un especialista.

“Usted tiene leucemia,” dijo la especialista.

En ese momento todo se detuvo para mí. Cuando me percaté, mi hermana y yo estábamos llorando; ni siquiera podíamos articular las palabras bien y contestar las preguntas. Era cáncer, cáncer a mis 20 años. “Debemos empezar el tratamiento cuanto antes”, continuó la doctora.

En mi cabeza se escuchaba como una historia salida de una novela. Si me hubieran dado esa noticia hace unos meses no lo hubiera creído. Yo siempre había sido una persona sana, casi nunca había tenido que visitar un hospital; era solo un dolor de estómago. Para mí el cáncer era una enfermedad de adultos mayores. Yo tenía solo 20 años. Estaba empezando a vivir.

Creo que una de las principales columnas que me mantuvo de pie para enfrentar el diagnóstico fue mi familia. Todos se mostraron optimistas e intentaban apoyarme a su manera. Mi mamá fue como un ángel enviado por Dios, siempre ayudándome con todo, preparando platillos especiales, sopas, batidos para subirme las defensas. Si me preguntan, creo que esa es una de las principales ventajas de ser paciente de cáncer siendo joven: que tenía una mamá que me cuidara y me apoyara en esta difícil situación.

Cortesía Adriana Retana Piedra / El Colectivo 506
En ocasiones sí tuvo miedo, pero considero que tener una actitud positiva hacia la enfermedad es otro pilar fundamental al enfrentar el cáncer, además, fue una cualidad que aprendí de otros pacientes que ya habían logrado superar la enfermedad. En mi caso, mis valores y mi religión me ayudaron a aceptar la noticia con más tranquilidad y optimismo. Nada ganaba con preocuparme y pensar cosas negativas, más bien era todo lo contrario, mi vida estaba en las manos de Dios, y ser positiva podría hacerme sobrellevar mejor la enfermedad, a fin de cuentas, mi vida ya era un regalo, debía valorar cada día. Al igual que antes del diagnóstico, no sabía cuánto iba a vivir, ni cuando iba a morir.

La primera vez que fui a una sesión de quimioterapia en marzo 2020, en el hospital los pasillos estaban desiertos. Se estaban atendiendo muy pocos casos presenciales; el servicio de quimioterapia era uno de los pocos que seguía atendiendo a todos sus pacientes. Yo imaginaba que iba a ser como esas escenas de las películas donde los pacientes están calvos y se ve con una apariencia terrible, pero cuando entré en el salón, me sorprendió ver que muchos pacientes tenían cabello, que la mayoría eran adultos de más de 50 años, pero había varios pacientes más jóvenes de 40, 30, 20, 18 años. Incluso conocí una paciente de 14 años. Curiosamente, había más mujeres que hombres, y aunque muchos parecían cansados, otros se veían como cualquier persona que topas en la calle.

Cuando inicié el tratamiento, con la quimio surgieron muchos malestares, a veces perdía el apetito o tenía náuseas. Sufrí derrame pleural y pasé momentos de mucho dolor. Poco a poco fui perdiendo el cabello en mechones hasta quedar completamente calva y con cada sesión de quimioterapia se volvían a caer los pelitos que me habían nacido. Eso me desilusionaba. Eran como ciclos: apenas me empezaba a recuperar, con la quimio venían los malestares de nuevo, y así continuamente.

Por mi condición, yo era una paciente de alto riesgo en caso de contagio de COVID-19. Debido a que mi cáncer se desarrolló en células sanguíneas del sistema inmune, yo tenía las defensas de mi cuerpo muy bajas y sumado a esto, el tratamiento de quimioterapia ocasionaba que mi recuento de células sanguíneas se mantuviera muy por debajo de lo normal, especialmente las del sistema inmune. Si la población en general tenía que tomar medidas de higiene y seguridad, en mi caso debían ser mucho más estrictas. Mis familiares y amigos no podían ir a visitarme a la casa para ver cómo estaba y mucho menos al hospital, donde las visitas estaban muy restringidas. Solo se permitían en casos muy especiales, ya que representaban un alto riesgo para todos los pacientes.

En los internamientos al hospital, los pacientes de hematología estábamos alojados en habitaciones aisladas del resto. Incluso comíamos en recipientes desechables para evitar contaminación con la vajilla que usaban los demás. El uniforme y la ropa de cama venía estéril. Además, el personal del hospital debía ponerse botas de tela y guantes para poder entrar a la sala: ni siquiera el personal podía ingresar a dejar la comida, debía ser retirada en la puerta. Los internamientos fueron difíciles, la señal telefónica era débil y contactarme con mi familia en ocasiones era todo un reto. A veces me sentía sola.

Pero conocí personas increíbles. Muchos eran jóvenes con cáncer como yo. Había casos de compañeros que pasaron por cuidados intensivos y estuvieron al borde de la muerte, a quienes les aseguraron que solo tenían unos días de vida, pero ahí estaban. Seguían luchando, continuaban con su tratamiento y les iba muy bien. Otros incluso estaban cerca de finalizarlo. También conocí casos de personas donde parecía que no había más opciones de tratamiento para su condición, pero eso no borraba su sonrisa y su buen humor. Eran historias inspiradoras de mucha valentía.

Una vez estuve internada con una muchacha que tenía la misma edad que yo, llevaba 15 días internada y le estaban haciendo varios exámenes porque no sabían exactamente qué tenía, ella me contó que tenía mucho dolor abdominal, como yo al inicio, y que tenía mareos al ponerse de pie. Le realizaron varios exámenes diferentes cada día. Ella decía que ya quería poder irse para su casa con su familia; yo le dije que estuviera tranquila, seguramente dentro de poco tiempo ya podría irse. Le costaba comer. Tres días después de esa conversación falleció, sin la oportunidad de acceder a un tratamiento. Su cáncer ya había hecho metástasis a muchos órganos y por eso había sido difícil su diagnóstico.

Otro amigo de la universidad también había fallecido unos meses atrás, luego de que su cáncer reapareció. También, en el grupo de Facebook de pacientes con leucemia frecuentemente aparecía una publicación de un joven o un niño que había perdido la batalla. Con todo eso, el miedo llegaba a mi mente. La muerte se sentía mucho más real y cercana para mí con esos casos.

En el hospital conocí muchos otros ángeles, enfermeras, enfermeros, asistentes de pacientes, personal encargado de repartir la alimentación, personal de limpieza, doctoras, doctores y transportistas de ambulancia que hacían que mi estadía en el hospital y los traslados fueran alegres, me sentía especial. El hospital empezó a convertirse en mi segundo hogar.

Otro importante punto de apoyo fueron mis amigos, compañeros y gente de la comunidad que estuvieron ahí para ayudarme, darme apoyo, ánimo y orar por mi recuperación. Si alguien me preguntara cómo puede ayudar a un ser querido que tiene cáncer le diría que el primer paso podría ser aceptar la situación y estar ahí para esa persona, hacerla sentir amada, escucharla, acompañarla y estar pendiente de sus necesidades. Creo que el apoyo de todas esas personas y sus oraciones realmente me han ayudado a recuperarme y a mantenerme de pie en la batalla. Por eso considero que las fundaciones para personas con cáncer como la fundación Proyecto Daniel para jóvenes, son realmente valiosas en esta batalla.

Estos últimos dos años aprendí que el cuidado de mi salud debe ser una prioridad. Es muy importante escuchar y poner atención a las señales del cuerpo, emplear estrategias de autocuidado, alimentación saludable y ejercicio desde la juventud. Aprendí que tener cáncer no es sinónimo de muerte, pero tampoco es una enfermedad de gente mayor, sino que afecta a personas de todas las edades, por lo que es importante hacerse revisiones médicas y exámenes de sangre frecuentemente.

El cáncer me enseñó a darle valor a las cosas realmente importantes y a preocuparme menos por las que no; a amar mi vida; a ser más agradecida por todo lo que ya tengo.

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