Todo comenzó con tres niñas.
Jugaban con sus muñecas, como tantas otras, pero sin disfrazarlas ni hacer trenzas en su pelo. No, estas muñecas habían tenido mala suerte en la vida. Estaban gravemente afligidas, día tras día. Las tres hermanas jugaron a ser médico: cuestionando, preparando, operando a sus pequeños pacientes. Sus destinos parecían extenderse ante ellas, rectos como flechas, hacia los pasillos de la medicina.
Una flecha aterrizó en un lugar inesperado: no solo en medicina, sino en una rama que ninguna otra mujer en Costa Rica había perseguido jamás. En cuanto a muchos estudiantes, la balanza entre una opción y otra fue inclinada por un profesor alentador. En este caso, fue el Dr. Willy Feinzaig, quien imaginó un futuro de mayor equidad en este campo dominado por los hombres.
Ella continuaría tratando no solo a sus propios pacientes, sino a los pacientes luchando algunas de las batallas más duras en su campo: pacientes con discapacidades físicas en el Centro Nacional de Rehabilitación, que enfrentan desafíos urológicos. Y, por supuesto, vigilaría atentamente la salud de sus pacientes en lo que respecta al cáncer. Su ánimo se levantaba con cada nueva campaña de concienciación pública que motivaba a mujeres y a hombres a estar más atentos, a estar atentos a las señales de peligro, a venir a verla sin demora, a cumplir con sus citas anuales.
Velaría por sus pacientes con el mismo cuidado que tenía cuando era niña. Pero esta vez, es una mujer innovadora: la primera en su campo, pero no la última. Esta vez, son vidas reales en sus manos. Tan frágiles. Necesitadas de una incansable vigilia.
Texto de Katherine Stanley Obando, inspirado en un audio enviado a El Colectivo 506 por la primera uróloga de Costa Rica, Ana Isabel Chaves Brenes, sobre su amor por su trabajo. Nuestra columna semanal Media Naranja cuenta breves historias de amor con un toque costarricense. Durante nuestra edición de octubre, “El futuro del cáncer”, se centran en historias relacionadas con quienes enfrentan y tratan esta enfermedad.