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miércoles, octubre 9, 2024

La ancianidad se vive en amor filial

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Nivaria Perera
Nivaria Perera
Periodista jubilada, inquieta. Actualmente integra un grupo de periodistas veteranos emprendedores que editaron el periódico virtual 24. Cr y a la Revista Visión.CR a salir en junio. Es colaboradora de la Biblioteca Nacional, donde ha impartido e impartirá cursos de creación literaria y de lectura. // Retired journalist who is always up to something. She is currently a member of a group of enterprising veteran journalists who edited the virtual newspaper 24.Cr and the Revista Visión.CR to be published in June. She collaborates with the National Library, where she has taught and will teach courses on literary creation and reading.

Octubre, mes de la “llena” y sus inundaciones. También de la vieja canción de mi abuela Rosa, “de las lunas, la de octubre es más hermosa”, y cómo no recordar a la abuela a pesar de que su partida fue siendo yo muy pequeña, pero sí hay muchos recuerdos en primer lugar de mi madre y de mis hermanas, especialmente de Patty que cuenta como le peinaba su larga cabellera luego del baño, cuando la sentaban en el jardín a tomar el sol, siendo Rosalinda una chiquilla de diez años. Solo ella la llamaba por su nombre. Mi abuela Rosa vivía en un mundo claro oscuro—más oscuro que claro, siendo una mujer de unos 60 años.

Los ancianos, o adultos mayores, son festejados en el país durante todo el mes, con infinidad de actividades socioculturales y jornadas de salud y entretenimiento. En una década, se espera que sean más de un millón de personas los adultos mayores, lo que representa un importante reto para toda la institucionalidad del país. En la actualidad, en Costa Rica existen 663,000 personas adultas mayores—es decir, personas que sobrepasan los 65 años.

Este crecimiento potencial de ancianos se sustenta en la calidad de vida y los bajos índices de natalidad de los últimos años que colocan el envejecimiento en el 20% de la población para el 2050 correspondiente a los cantones de Montes de Oca (San José), San Mateo y Atenas (Alajuela), territorios con mayor porcentaje de adultos mayores. El reto no solo es para el Estado costarricense, sino para la sociedad como un todo, para atender con calidad a un gran segmento de la población.

Los adultos mayores requieren hoy desde la atención bucodental hasta ser parte activa de los centros inteligentes de tecnología. En un mundo totalmente tecnologizado desde el reloj en la muñeca hasta nuestra forma de pedir comida, confirmar citas médicas y reportes de su salud en el EDUSS, lograr la inclusión y bienestar del adulto mayor implica ayudarles a conocer los avances y posibilidades de la tecnología.

Claro está que en nuestra sociedad ya existen líneas de apoyo al adulto mayor, pero hay que incrementar desde el Estado programas integrales fuertes que mantengan la independencia de los mayores como son los planes de viviendas comunitarias. Necesitamos fortalecer y aumentar la oferta que existe, no solo en opciones de vivienda, cuido y salud, sino también en programas de educación, como el PIAM de la Universidad de Costa Rica, donde los mayores de 50 años pueden seguir cursos regulares, cursos de idiomas, artesanías, cultura y entretenimiento, así como deportes y recreación.

Pero lo esencial es que las familias del adulto mayor se involucre no solo en tenerle a tiempo sus alimentos y medicinas sino proporcionarle todo tipo de cuidado que les permita a los padres, hermanos mayores o tías u cualquier otro miembro mayor seguir afianzando su independencia sin menoscabo a pesar de su edad.

Hay dos edades donde el ser humano se da la mano: la niñez y la adultez mayor. En esas edades se encuentran en el amor de los suyos, unos para crecer y los otros para partir hacia el Faro Infinito, como lo llamo yo.

Recordar a mi abuela con los recuerdos de los míos, seguro alguna papilla me dio. Me hace sentirla a mi lado cuando en el jardín veo brotar las camelias de la planta que ella sembró cuando mis padres compraron la propiedad. Esas flores blancas divinas, ya hoy dirían algunos pasados de moda, que corto y coloco en el pasillo y en el florero de mi habitación. Me siento bajo la mirada protectora de la abuela Rosa.

En mi época de niña, el cuido al ser parte de una familia grande se repartió entre mis padres y mis hermanos mayores. Ellos, Harold y Boabdil, de gratísima memoria, le decían a mamá: “Hacemos unos sándwiches, que vamos a ir a nadar mañana”. Salí yo beneficiada de esos paseos a piscinas en Patarrá, en Desamparados. Aprendí a nadar con mis hermanos cuando tenía 7 o 8 años. Me encantaba verlos haciendo competencias con las hermanas Vera y Patty. Hoy disfruto de la piscina y el mar como la que más.

Ellas, las hermanas mayores—al verlas expertas reposteras preparando deliciosos queques batidos a mano, porque las batidoras llegaron luego, o sazonando carnes o verduras colaborando con mamá a preparar el almuerzo—me dieron las primeras lecciones de cocina, que me encanta. Ellas fallaron al querer enseñarme a dejar los pisos como espejos, que eran su orgullo: yo, ayer y hoy, paso de tal compromiso con el orden de una casa. Pero sí soy buena planchando ropa. Como me encantaba desarrugarle sus camisas al hermano mayor Yiyo. El joven vanidoso debía salir como un dandy a visitar a sus amigas.

Ese cuidado y enseñanzas en familia se han repetido con los sobrinos y hasta sobrinos nietos, como Antonio, que hoy estudia en España, pero durante dos años se le cuidó acá en casa con todo celo. Además de los juegos tradicionales, abrimos el mundo de la tecnología, poniéndolos a dibujar y pintar animales para enviarles mensajes a sus papás que estaban trabajando. Y la cocina se ha transmitido: algunas sobrinas como Mónica o sobrina nietas como Mariana han venido a aprender a hacer tamales y ya los preparan para la casa de sus papás. Así han ido con las otras tías a aprender a hacer otros platillos o a bordar.

No solo el Estado debe cuidar a los ancianos. Así como de niños y jóvenes recibimos cariño de los diferentes miembros de la familia, de la misma forma debemos transmitir y ocuparnos de los mayores en sus diferentes necesidades y requerimientos, hasta escuchando sus anécdotas y sus consejos por enésima vez.

Es así como estos seres amados, esos ancianos que en una década serán un millón—grupo al que espero pertenecer—se quedarán divagando en nuestras memorias cuando se marchen al Faro Infinito fortaleciendo formas de ser, de vida y de un mundo, el filial, que jamás debe ser abandonado.

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