Giova llegó a mi vida como una gran maestra. Nuestra relación tuvo momentos muy duros por el tema de la enfermedad, pero también momentos muy lindos, felices, en donde nos reíamos como dos chiquitas y donde disfrutábamos cada minuto de la vida, sabiendo que por su condición era probable que tuviera menos vida que yo. Entonces fue una vida rápida: vamos, comamos, hagamos. Ella fue una persona increíblemente feliz a pesar de los retos que tuvo en su vida, y fue una persona que decidió ser feliz en los últimos años.
Fue muy duro verla apagarse. Ha sido de las experiencias más duras que he tenido, el estar viendo como la velita se apagaba. Sin embargo, siempre tenía un montón de destellos de alegría y de salidas amorosas que al final de cuentas nos dieron mucho aire para continuar. Fue una amiga, una hija, una pareja muy amada. Hoy por hoy algunos amigos o su misma familia hablamos de ella y casi que riéndonos, no con dolor sino recordando sus ocurrencias, sus chistes y su buena manera de vivir. Ella sabía cómo vivir.
En su lecho de muerte tomó la decisión de terminar la relación conmigo, como tres o cuatro días antes de morir—lo cual he agradecido hasta la fecha, porque me soltó. Ese acto de amor jamás lo puedo olvidar. Después de eso ella ya se fue apagando más rápido hasta el día en que llegó el momento en que debía irse. Gracias a Dios yo estuve allí con ella. La cuidé en sus últimos minutos, sus últimos segundos; la abracé; estuve con ella mientras yo veía que su respiración se iba apagando. Fue un momento durísimo, pero a la vez un momento de satisfacción porque era lo que ella quería. Ella quería descansar. Ella quería ya vivir otra vida, vivir al lado del Maestro, vivir ya de dónde venía.
El haber estado con Giova, el haber sido su pareja, me ha enseñado cómo quiero ser amada, cómo quiero ser querida, cómo quiero tener una relación, qué es lo que yo merezco. Ha sido una lección de amor propio también. Cómo quiero, también, mi último momento. A mí me encantaría ver mi último momento a la par de una persona que amé.
Una semana después de que ella partió, yo estaba muy mal: tenía paz, pero tenía tristeza al mismo tiempo. Yo soñé que estaba acostada en una cama. En el sueño, yo sabía que yo estaba agonizando. Yo me estaba muriendo. Alrededor mío estaba toda mi familia, había amigos, estaba todo mundo velándome y esperando que yo me muriera. Dentro de esa gente que estaba alrededor de la cama, aparece ella. Yo dije, “Giova, ya viniste por mí, ¡qué dicha! Ya regresaste y me vas a llevar”. En el sueño me dice, “¿Qué te pasa? No seas payasa. Levantáte”. Y yo me desperté. Ese sueño me marcó mucho, porque me volvió a recordar lo importante de su paso en mi vida, que es: Viva. Levántese y siga. Viva. Disfrute.
Giovanna González Rivera trabajaba para Automercado cuando se le diagnosticó cáncer de mama a sus 33 años; su historia fue gran parte de la inspiración para crear Movimiento Rosa de Automercado, que hoy es parte de ALSALUS, una iniciativa público-privada donde Automercado, Hospital Clínica Bíblica, la Caja Costarricense de Seguro Social y Aliarse han realizado miles de mamografías a mujeres en comunidades rurales de Costa Rica. Agradecemos a Melissa López Briceño por la historia que nos contó sobre el amor que vivió al lado de Giovanna como su pareja. Normalmente nuestra columna Media Naranja, que todos los lunes cuenta historias de amor con un toque costarricense, es escrita por nuestro equipo—pero después de oír el relato de Melissa y transcribir estos extractos de su audio, no teníamos nada más que decir.
