Miguel tiene 46 años, y está muy consciente de su edad. ¿Por qué va a lograr mantener una vida estable ahora, si nunca lo ha logrado antes? Porque no le queda más tiempo, dice con una risa: “ya casi voy a entrar a la tercera edad”. Después de décadas marcadas por su adicción, una vida en la calle, y periodos en más de un centro penitenciario, además de su diagnóstico con el Virus de Inmunodeficiencia Humano (VIH), Miguel dice que ahora lo que más espera es pasar tiempo con su hijo de 30 años. Nos cuenta que no tiene ningún problema con que usemos su imagen y su nombre. Habla de forma directa y abierta.
Conversamos en julio, en el Hogar VIH Nuestra Señora de la Esperanza en Cartago. (Lea más en “Miguel decide vivir”, parte de nuestra crónica sobre este tema).
Aquí, extractos de lo conversado, editado para claridad y brevedad.
Empecé a experimentar con drogas cuando tenía aproximadamente 14 o 15 años. Tengo un consumo crónico de sustancias, y entonces he estado institucionalizado la mayor parte de mi vida. He estado en muchas instituciones para el consumo de drogas. Estaba en varias cárceles del país, y he estado mucho tiempo en la Zona Roja de San José.
Soy de Desamparados, pero yo no quería que mi hijo me viera en las condiciones en las que en las que yo andaba y en Desamparados, porque allí hay muchos lugares en los que se consumen y venden drogas. No quería ir saliendo de un búnker o de un charral de consumir drogas, y que tal vez en ese momento [mi hijo] fuera pasando. Entonces yo me fui para la zona roja. Yo dije, “Aquí no me van a ver, porque esta gente aquí nunca viene, entonces aquí me voy a sentir más cómodo desbaratandome la vida”.
Fui diagnosticado con VIH en el 2011, y yo quería morir rápido. Yo tenía muchos prejuicios y mucha mala información con respecto al VIH, entonces creía que por estar comiendo de la basura, por estar durmiendo en los cartones, rápido tenía que morir de SIDA [síndrome de inmunodeficiencia adquirida]—y era precisamente lo que yo quería. Pero en una oportunidad me enfermé de tuberculosis y estuve hospitalizado. Fue una experiencia muy dolorosa y amarga.
Es muy fácil decir “Quiero enfermarme y morirme”, pero ya estando en el hospital me di cuenta de todo el sufrimiento, de todo lo que tenía que atravesar por estar ahí. Para poder ir al baño tenía que pensarlo media hora. Me asusté y dije, “No, yo creo que yo. No me quiero enfermar de SIDA y morir de ese modo”.
Pude recuperarme de la tuberculosis. Pude volver a empezar a ejecutar un estilo de vida saludable. Nuevamente fui a la calle, por mi historial crónico de consumo—pero yo ya tenía muy claro que yo no quería morirme de ese modo. Estaba muy asustado. He aprendido que quizá no tengo las herramientas psicoemocionales necesarias para poder enfrentar muchas situaciones de la vida que todos los seres humanos tenemos, como que nos deje una pareja, que se muera un familiar, que nos despidan de un trabajo. Siento que tengo cierta deficiencia en ese sentido, con respecto a otras personas, y debido a esa deficiencia yo vuelvo a la zona roja, vuelvo a caer en las drogas. Ando en condición de calle, en un estado físicamente muy deteriorado.
La última vez que estuve en esas condiciones fue hace tres meses aproximadamente. Yo tengo muy claro que no quiero morir de ese modo, porque conozco muchos hermanos en el dolor, adictos que están en la calle pero que han hecho las paces con ese estilo de vida. Ellos han dicho, “Yo vivo así. Yo como la basura. Yo sé cuando van a sacar chatarra, y a qué lugar la voy a ir a vender a la chatarrería”. Pero yo me he dicho a mí mismo, “No. Yo no quiero vivir así. Yo quiero vivir de este lado, el de la sociedad”.
Yo quiero ser una persona funcional, quiero ser una persona que tenga las habilidades emocionales necesarias para poder enfrentar las malas noticias que la vida nos da a todos. Eso es lo que yo quiero.
Entonces yo supe por medio de [los funcionarios de] trabajo social del [Hospital] San Juan de Dios acerca de este lugar, Nuestra Señora de la Esperanza. Duré un mes en la calle para poder entrar acá, porque estaba la Semana Santa y tenía que reunirse la Junta Directiva para aprobar mi ingreso. Era un mes que yo estaba en la calle desbaratando me la vida, hasta que tuve la oportunidad de ingresar aquí al hogar de Nuestra Señora de la Esperanza.
Valió la pena la espera, porque este, el Hogar de Nuestra Señora de la Esperanza, tiene un excelente equipo, profesionales que en este momento me está ayudando a enfocarme a adquirir estas herramientas que me permitan tener una reinserción social exitosa. Yo tengo este objetivo. Es posible que vuelva a recaer dentro de este patrón que ha sido la tónica toda mi vida. Yo espero que no. No pierdo la esperanza.
No es solo la adherencia a un tratamiento farmacológico, que bueno, es fundamental para personas con condiciones de salud como las de nosotros. Pero existen otros factores como ejecutar estilos de vida saludable, dormir bien, alimentarse bien, ejercitarse, encontrar pasatiempos saludables con los que yo me pueda divertir. Porque yo joven tenía la idea errónea de que divertirse era salir a una discoteca, tomar cervezas, fumar marihuana, oler cocaína, tener sexo. Ahora existen otras cosas con las que yo igualmente podría divertirme.
Mi hijo es chef. Me gustaría mucho poder volver, compartir con él e invitarlo a cenar, o poder preparar alguna comida en la cocina con él. Eso me divertiría mucho, que algún otro momento de mi vida yo diría, “Y qué aburrido este. Qué aburrido estar en una cocina cocinando, picando”.
Quisiera ya divertirme con estas pequeñas cosas y no alcanzar esos puntos de clímax que estuve buscando toda mi vida y que solo trajeron autodestrucción.
Recibí mi diagnóstico… en la Clínica Marcial Fallas, en Desamparados. Yo fui a hacerme exámenes porque quería. Yo sabía que había hecho muchos desajustes en la calle, entonces yo quería saber cómo estaba. Salí positivo por VIH, salí positivo por sífilis. Pero el diagnóstico del VIH fue especialmente algo impactante—creo que no, que no era por la noticia en sí, porque ahora uno se toma un medicamento y yo creo que con este medicamento uno puede sobrellevar la vida como cualquier otra persona, sino más que todo por todos los prejuicios que yo tenía al respecto. Todo este estigma que tiene el VIH. Los homosexuales, es un castigo de Dios, que ya no se pueden dar besos, no pueden compartir todas estas cosas.
Yo había tenido una pareja que es médico… me lo topé en los pasillos por casualidad. “¿Hola Miguel, cómo estás? ¿Qué te pasa? Te veo mal”. “Me acaban de dar el diagnóstico de que soy VIH positivo”. Entonces me dice, “Vení a la oficina. Vamos a conversar”. Yo le agradezco tanto, porque él me dijo, “Mira Miguel. Ahora el VIH es una enfermedad con la que usted tomando el medicamento puede seguir desarrollando su vida. Puede llegar a vivir largos años”. En ese momento le agradecí mucho esa conversación.
Pero después, cuando volví a consumir nuevamente, yo dije, “Bueno, no. Como no estoy tomando tratamiento de ningún tipo, tal vez comiendo de la basura y durmiendo en los cartones, alguna bacteria o alguna enfermedad oportunista va a venir y va a acabar con mi vida”. Tenía como una idea autodestructiva y suicida de lo que el VIH podía hacer conmigo. Tenía asco. Cuando me dieron la noticia, yo tenía asco de mi cuerpo. Si me cortaba, yo tenía asco de mi sangre. Tenía asco de mi saliva. Yo no quería tocar a nadie, no quería abrazar a mi hijo, no quería darle la mano.
Estaba lleno de vergüenza, estaba lleno de culpa, estaba lleno de un montón de sentimientos que me llevaron a la depresión.
[Más adelante] conocí a un muchacho… que me dice que tiene VIH. Me lo dijo con tanta naturalidad, con tanta valentía. Sentí vergüenza de no haber tenido el mismo coraje de poder decirlo así, con tanta honestidad, con tanta transparencia. Y me dice, “Es su decisión si usted quiere aceptarme de ese modo”. Entonces yo le dije, “Bueno, yo le tengo una noticia también. Yo soy VIH positivo”. Creo que desde entonces, aprendí que no debería sentir vergüenza, ni debería sentir miedo por decirle a los demás: Esta es mi condición.
[Le preguntamos qué haría si tuviera un cheque en blanco para hacer lo que fuera para mejorar la vida de las personas con VIH en Costa Rica.] Yo creo que lo que más hace falta es la educación. En algún momento yo vivía con mis papás. Ellos ya conocían el diagnóstico, y entonces me decían, “Solo va a utilizar esos utensilios”. Vivía un sobrinito conmigo, y me decía, “Le vamos a agradecer que no lo esté chineando, que no lo alce, que no le dé besitos”. Cuando es un niño que yo amo con todo mi corazón y yo quiero jugar con él y llenarlo de besos, de abrazos.
Todavía un día de estos escuché hablar a un compañero— ¡qué doloroso que él mismo tenga ese prejuicio!—que decía de él mismo, “Yo no quiero compartir con mis hijos porque no quiero que ellos tengan lo que yo tengo”. [Eliminar] esa ignorancia es lo que yo quisiera comprar con ese cheque en blanco.
Creo que de hecho, el haber tenido VIH me hizo un favor en ciertas circunstancias. Vengo de una familia súper disfuncional; yo mismo soy súper disfuncional. Entonces fui a dar a la cárcel, y en la cárcel hay un gran atropello a los derechos humanos, y el haber tenido VIH me ayudó de alguna forma. El sistema penal le da especial atención a las personas que tenemos VIH, y creo que eso me ayudó a poder mejorar un poco mis condiciones. Si no hubiera sido por esto, quizás no hubiera tenido acceso a muchos beneficios a los que tuve acceso en la cárcel. Si no hubiera sido por eso, no hubiera podido entrar aquí [al Hogar] tampoco. Hubiera sido solo un adicto más, una persona en condición de calle más. De una u otra forma, es como decir, “Bien que tengo VIH”.
Cuando yo vine al hogar de Nuestra Señora de la Esperanza, yo vine con lo que traía puesto, con el pantalón cagado y los zapatos bien hediondos. En el hogar me calzaron y me llevaron a arreglarme los dientes. Me llevaron a poder tener unos anteojos con los que yo puedo leer, porque a mí me encanta leer. Y no solo eso, sino que ya estoy en un proceso en el que me encuentro buscando trabajo.
Lo que yo me imagino que sigue es tener un trabajo y vivir como una persona saludable. Tener mi trabajo, ir a trabajar, disfrutar mi día libre en compañía de mi hijo o salir y hacer ejercicio. Me encanta el cine o ir al cine, y—quizás ya en un futuro, a largo plazo—retomar una carrera universitaria que dejé botada. Estaba estudiando psicología.
Como persona que utilizaba sustancias psicoactivas, cada vez que volvía a consumir, tenía una idea catastrófica de que todo estaba perdido. Pero ahora, viendo en retrospectiva, creo que no todo estaba perdido. Todos han sido enseñanzas, todos han sido enseñanzas… Yo soy muy egocéntrico, me encierro en mi egocentrismo. Me creo todopoderoso y no busco ayuda. Eso ha sido un factor que me ha llevado a reincidir en estos patrones. Pero esta vez no creo en ese diálogo del ‘yo todo lo puedo’, sino que otras personas también pueden ayudarme.
Antes, yo decía: me queda tanto tiempo por delante. Soy tan joven. Tengo el mundo en mis manos, ¿verdad? Ya no. Ya soy un señor. Creo que ya es hora. Ya es el momento.
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