“Hay mujer, es algo que uno lleva en la sangre. Se nace, se vive y se crece con eso en la sangre, a uno le hierbe la sangre de alegría al poder ser parte de los diablitos,” dijo Edixon Mora, un indígena Boruca que pasados sus 50 años ha acumula mas de 30 años que jugar el tradicional Baile de los Diablitos.
El Baile de los Diablitos es un homenaje para los guerreros caídos durante la lucha entre los conquistadores y los nativos, que realiza la comunidad indígena Boruca dos veces al año. El baile consiste en una fiesta en la que los hombres de la comunidad construyen una máscara de madera de balsa y por tres días la visten al pelear contra el toro, una estructura de madera de guayabo con una máscara en forma de toro hecha de fuerte madera de cedro.
El toro representa al fuerte y valiente español que asechaba y atacaba al indígena.
Los diablitos son los astutos y hábiles indígenas, quienes construían máscaras con dientes y cachos para asustar al español, pero sobre todo para confundirlo, porque la máscara protegía la identidad de todos los indígenas, pero en especial la del cacique, que no se podía distinguir entre tantos demonios.
“Para jugar se necesita mucha fuerza física,” dijo Mora, “y además hay que estar 50 por ciento borracho,” agregó. Durante las fiestas, al igual que en la antigüedad, las mujeres están a cargo de preparar la comida y la chica, una bebida de maíz fermentada que ayuda a proteger al indígena. Cómo? porque al estar 50 por ciento borracho no se sienten tanto los golpes y las caídas, y se está lo suficientemente relajado como para no quebrarse ningún hueso.
Para Mora, la razón por la que las mujeres no juegan los diablitos, más que por la dificultad física, es porque su obligación es “preservar la especie,” no sólo alimentando al guerrero, sino al estar preparada para huir con los más jóvenes en caso de peligro.
El Baile de los Diablitos se celebran del 30 de diciembre al 2 de enero en la comunidad de Boruca, y en algún fin de semana entre enero y febrero en la comunidad de Rey Curré, ambas en la zona sur de Costa Rica, antes de llegar a Palmar Norte.
“Yo le digo a mis hijos, el día que yo estoy postrado en una cama llévenme a Boruca porque quiero ir a ver los diablitos,” dijo Mora, porque para él, la máscara del diablito no sólo protegió al indígena hace 500 años, sino que le sigue protegiendo.
El arte Boruca, incluyendo la máscara, los tejidos, los tambores, las lanzas y otros, se ha convertido en una fuente de vida para el pueblo indígena, al proveer estabilidad económica. Alrededor del 90 por ciento de los habitantes de Boruca, hombres y mujeres, viven hoy en día de la producción de artesanía que se vende en todos los rincones del país.
Mora es uno de esos artesanos que se enorgullecen de preservar y aprovechar la riqueza de su cultura. En su casa en Rey Curré, 300 m este del salón comunal, tiene su taller y venta de arte boruca, llamado Cújsrót, nombre indígena para el pájaro carpintero Campephilus guatemalensis (Pale-billed Woodpecker in English) quien según mora es el mejor artesano que hay.
“La máscara me sigue dando vida,” agregó Mora.
El Taller Cújsrót se especializa en la creación de la máscara tradicional Boruca, centrada en el rostro del diablito con sus cachos y sus comillos. Sin embargo, el arte Boruca ha ido evolucionando con la participación de artesanos más jóvenes que han traído la inspiración de la naturaleza a sus diseños, incorporando figuras de animales y plantas en los diseños del diablitos.
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Una versión anterior de este artículo se publicó en Nature Landings, la revista a bordo de Nature Air.