Tuve un número inusual de abuelos cuando era niña. Hubo muchas figuras parentales sustitutas en mi vida desde una edad temprana, muchas de las cuales me conocieron desde que nací. La iglesia liberal en la que trabajaba mi madre en Maine, EE. UU., estaba llena de muchos abuelos que estaban desbordados de amor y apoyo para mi hermana y para mí, y crecimos en un ambiente seguro y acogedor.
Cuando era niña, ir al Pride, el día del Orgullo LGBTQ+, era una actividad normal para mí. Marchaba junta a mi familia, sosteniendo mi letrero casero, y me vestía con el atuendo más arcoíris que pudiera juntar. Conocí a activistas, fui a marchas, y aplaudí cuando Estados Unidos legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, una pelea en la que mi madre había estado trabajando durante años. Por eso, cuando salí del closet ante mi madre, no me sorprendió que la noticia no la desconcertara. Toda mi vida había estado rodeada de gente abierta, amorosa y valiente que vivía su verdad sin miedo. Eso realmente me formó como persona.
Mudarse a Costa Rica cuando tenía 11 años fue emocionante. Pensé que los animales eran geniales y las puestas de sol bonitas, y con el tiempo hice amigos increíbles. Darme cuenta de que era queer, de que no era heterosexual, no fue un proceso doloroso. Era simplemente algo que tenía sentido para mí, algo que se sentía bien. Al crecer en un clima tan solidario, me enseñaron a ser siempre auténtica y defender lo que creía, y creo que es por eso que no tenía miedo de ser yo misma ni siquiera en un lugar nuevo.
Contarle a mis amigos de nuestra comunidad rural, Monteverde, fue bastante fácil. La mayoría de ellos ni chistaron al respecto. Sin embargo, salir del clóset es algo constante. Una persona queer tendrá que salir del clóset por el resto de su vida, y siento que estoy repitiendo constantemente el mismo proceso. La adrenalina y el miedo que proviene de decirle a alguien algo que se siente tan reservado y personal nunca se vuelve más fácil.
Costa Rica, como cualquier otro país, tiene un historial de no apoyar e incluso atacar a las personas queer. Creo que el prejuicio es todavía muy común hoy en día. Soy suertuda. Nunca me he sentido insegura o incómoda en mi hogar, que desafortunadamente es lo que muchas personas queer tienen que soportar. Sin embargo, el hecho de que nunca me haya sentido insegura personalmente, no deshace la cantidad de veces que me han lastimado. Los comentarios de aquellos en mi comunidad, o incluso de mis amigos, que dicen cosas odiosas frente a mí, porque no saben que soy una de “esas personas” que odian. Los padres de mis amigos queer que dicen que nunca tolerarían tener un hijo gay, y no puedo defender a mis amigos porque aún no han salido del clóset. Estos ataques no son físicos ni personales, pero de todos modos duelen, y definitivamente no me siento tan cómodo usando mis atuendos de arcoíris ahora como cuando era niña.
Mi corazón está con quienes se enfrentan a la violencia y se sienten inseguros. En la mayor parte de Costa Rica, la injusticia es común, y sólo en los últimos años las cosas han comenzado a cambiar con respecto a la aceptación y los derechos LGBTQ+. Sin embargo, yo diría que Monteverde es un lugar de aceptación, comparativamente. O tal vez la gente de la que me rodeo es más tolerante que el resto, y eso distorsiona mi punto de vista.
Creo que lo más reconfortante que puede escuchar una persona joven, en el clóset, y queer es que hay otras personas como ellos. Cuando le dije a mis amigos por primera vez, solo había otra persona LGBTQ+ en mi escuela que yo conocía, y ella me ayudó a sentirme más cómoda diciéndoles a los demás cómo me sentía. Hasta la fecha, muchos otros amigos y compañeros de clase se han declarado LGBTQ+, aunque no lo han hecho público a todos.
La homofobia, la transfobia y los prejuicios todavía prevalecen en mi comunidad, en Costa Rica y en todo el mundo. En muchos espacios, las personas queer no pueden existir sin vivir con miedo. Siento que mi objetivo y también en parte mi deber es ayudar a cambiar eso. La única forma de solucionar este prejuicio es mediante la educación y la conexión personal con las personas. Solo cuando las personas se conectan y cuentan sus historias, otros comenzarán a abrir sus corazones. La conexión y la educación son las principales cosas que pueden ayudar a dar la vuelta al camino del odio en el que están muchos.
Es asombroso ver que cada vez más jóvenes queer se encuentran a sí mismos y trabajan duro para ayudar a combatir este prejuicio y odio. Estamos unidos en esto y no puedo esperar a ver qué más podemos hacer cuando trabajamos juntos, del lado del amor.
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