La última parte en nuestra serie de enero. Lea la 1ra Parte: Una cosecha puesta de cabeza, 2da Parte: Un viaje de 48 horas, 3ra Parte: Segundo hogar en tierras extrañas, 4ta Parte: En la lucha tenaz, y 5ta Parte: El sueño del café.
Pocas veces se siente una sensación de asombro al mirar un simple documento. Vaya, eso es. Uno de verdad. Justo frente a mí, por fin.
Sin embargo, para cuando ponemos los ojos en un carné binacional—la tarjeta de salud costarricense-panameña para trabajadores migrantes que se creó a partir de la necesidad de los dos países de encontrar una manera para que los recolectores de café Ngöbe-Buglé crucen una frontera cerrada durante una pandemia—hemos escuchado tanto sobre el carné que se siente como conocer a una celebridad.
El documento no hace milagros. Tomemos, por ejemplo, estos carné que están colocados en un banco de madera dentro de las instalaciones de inmigración de Costa Rica en Río Sereno para que las revise un oficial de policía. Los familiares que los colocaron allí han estado esperando 10 días en esta frontera porque la oficina de Panamá está cerrada a raíz del Huracán Eta, y las autoridades panameñas quieren desincentivar a los trabajadores indígenas para que no se dirijan a la frontera debido al mayor peligro de los ríos torrenciales y otros amenazas. De hecho, esta familia ha perdido dos hijos que fueron arrastrados por el cause del río que cruzaban. Los que siguieron con vida, que continuaron su viaje porque no había nada más que hacer, están furiosos, hambrientos y afligidos.
Pero debido a estas tarjetas que se presentan con tanto cuidado, tienen la oportunidad de hacer lo que quieren hacer, que es trabajar en Costa Rica y generar los ahorros que necesitan para pasar el resto del año en Panamá. Debido a estos carné, según las autoridades de salud, 6.510 trabajadores Ngöbe-Buglé habían cruzado la frontera hacia Costa Rica hasta el 15 de enero, fecha límite de entrada para la cosecha actual. Debido a estos carné, innumerables agricultores costarricenses arrebataron su cosecha, hace unos ocho meses, de lo que parecía como una posible ruina.
El carné binacional, o Carné SITLAM (descrito en el protocolo oficial COVID-19 del Ministerio de Agricultura como el “documento de identificación personal asociado al Sistema de Trazabilidad Laboral Migratoria que permitirá un seguimiento sanitario y además tendrá validez laboral y migratoria”) ha estado al centro de la cosecha de café este año. Y mientras Costa Rica y su industria cafetalera esperan con ansias el 2021, esperan un mundo pospandémico, el carné también está en el centro de las discusiones sobre las lecciones que podrían perdurar.
Tan pronto como COVID-19 ya no esté al acecho en cada esquina, haciendo que las disposiciones escrupulosas de salud y seguridad sean una necesidad, desaparecerá de Costa Rica el aprecio recientemente incrementado por su fuerza laboral migrante?
Será suficiente el alivio que no solo las autoridades, sino también los agricultores y migrantes, han expresado sobre la supervisión más ordenada de la inmigración en 2020 para garantizar que tales mejoras se mantengan o aumenten?
Aprovechará una industria que enfrenta las amenazas no solo de la pandemia de este año, sino también de la roya del café y otras factores de estrés, las herramientas tecnológicas que permiten una mayor trazabilidad de la mata a la taza, y de los trabajadores de una finca a otra?
Será temporal la mejora de la comunicación entre las entidades gubernamentales de Costa Rica, y entre Costa Rica y sus vecinos… o será que las personas involucradas en la migración de este año se asegurarán de que continúe?
Estos trozos de cartulina en un banco, se convirtirán en un recuerdo de un año inusual, o serán el comienzo de algo más?
Un pendiente histórico
El Dr. Christian Jiménez se apresura a señalar que la coordinación de este año no fue solo una solución a los desafíos planteados por la pandemia mundial: también fue una respuesta a problemas que se habían atendido de manera persistente, pero quizás no tan efectiva, durante muchos años.
“El desafío comenzó mucho antes de COVID”, dice el Director del Ministerio de Salud Pública para la Región Brunca. “He trabajado con esta población [indígena fronteriza] por 17 años, pero históricamente el Ministerio de Salud Pública ha estado trabajando con ella desde la década de los 1970, siempre en la región fronteriza”.
Explica que a través de tratados costarricense-panameños y otros medios, los dos países buscaron mejoras en la atención de salud de los migrantes indígenas, pero la crisis del COVID-19 aceleró esta situación. Incluso el carné binacional no es nuevo: solo requirió presión para convertirse en una realidad funcional.
“Carnés han habido muchísimos”, dice, y señala que el ministerio había intentado implementar un documento más extenso que incluso incluía los nombres de los padres de los titulares. “Con esta, pasamos a una tarjeta más básica” que fue mucho más fácil de poner en práctica. «El carné se concentra mucho. Si la persona tiene una enfermedad crónica, si tiene COVID o no, si la persona llega saludable a Costa Rica».
Incluso este enfoque más estrecho resultó en largas esperas para los migrantes que debían obtener la tarjeta y cumplir con los requisitos tanto en Panamá como en la estación fronteriza de Costa Rica. Como mostró nuestro trabajo periodístico, incluso con un proceso acelerado y la presencia de asesores culturales Ngöbe-Buglé como Deysi Jiménez para guiar a los migrantes a través de la frontera, las familias a menudo esperaban cuatro horas o más para completar todo el trámite y, a veces, tenían que dormir en la frontera para terminar al día siguiente. Aún así, los resultados fueron abrumadoramente positivos a los ojos de las autoridades sanitarias.
“Ha sido una experiencia exitosa”, dice Christian Valverde. “Más de 6.500 indígenas pasaron por Río Sereno, y ninguno de los Ngöbes que ingresaron al país resultó positivo para COVID”.
Yandellin Sánchez, quien trabaja en la estación de Río Sereno con la organización sin fines de lucro Hands for Health, señala que esto contrasta fuertemente con los temores de algunos costarricenses antes de que comenzara la migración.
«Algo muy curioso que ha dejado mucho de que hablar es cuando empezaron a ajustarse todo… [muchos dijeron que] todos esos indígenas iban a venir a contagiar a nosotros», recuerda. «Todo era alarmante, todo mundo preocupado. Y se dio todo lo contrario. Todos los que ingresaron de los 6,510, todos venían sanos, o por lo menos asintomáticos. Los que se contagiaron allí en Río Negro fue porque alguien de Costa Rica los contagió a ellos».
Para Daguer Hernández, Subdirector de la Dirección General de Migración, la señal más clara del éxito del sistema de rastreo de documentos es el hecho de que cuando los primeros migrantes Ngöbe-Buglé terminaron su trabajo en Costa Rica este mes y comenzaron a regresar a casa, el gobierno de Panamá decidió aceptar a los portadores del carné binacional sin prueba COVID-19, a diferencia de otros panameños que tienen que cruzar la frontera. Es una muestra de confianza en el manejo de la pandemia de Costa Rica dentro del país, así como a través de las fronteras, según el funcionario.
«El mayor éxito de este proceso es la coordinación entre instituciones que antes, eso no se daba, o era una coordinación mínima… y la coordinación hacia el sector productor… Es un éxito que hay que tratar de mantener”, dice. Para situar comentarios como estos en contexto, es importante señalar la naturaleza centralizada de muchas instituciones costarricenses y los obstáculos burocráticos que enfrentan los funcionarios que intentan trabajar con otras instituciones, o incluso otros departamentos. No es inusual que un esfuerzo interinstitucional requiera negociaciones del Consejo de Gobierno o un convenio formal. Y cuando se trata de la relación entre las contrapartes oficiales de los países vecinos, la comunicación fluida y constante, según el subdirector, también era mucho más rara antes de la pandemia.
“Interesante también es el tema de la coordinación con esos países y las autoridades de esos países que nos ha permitido mejorar las relaciones con respecto a la migración. Nos hacen consultas, les consultamos. Y tratamos de llevar una política migratoria similar para no afectar al siguiente país, o a otro país».
En casa en los cafetales
El impacto positivo de los esfuerzos de la pandemia fue mucho más allá de la frontera. Según Christian Valverde, parte del impacto de la cosecha de este año fue que las autoridades de su institución y otras partes del gobierno finalmente comenzaron a adoptar un enfoque más integral de la salud de los migrantes. Debido a que las condiciones de vida adecuadas para los trabajadores migrantes eran esenciales para prevenir y contener la propagación del COVID-19 una vez que llegaban los trabajadores, las inspecciones en las fincas fueron una parte esencial del proceso de este año.
Nuevamente, ha tardado mucho en llegar. Todavía recuerda la primera vez que el Ministerio de Salud cerró una finca cafetera en Coto Brus, hace 15 años.
“La gente se enojó. Mucho”, dice, y agrega que «no había agua, los pisos de tierra, las condiciones no eran saludables”. A medida que las certificaciones internacionales como la de Rainforest Alliance para fincas cafetaleras se hicieron más comunes, la idea de mejores condiciones de vida para los trabajadores se hizo más aceptada, pero nuevamente, la pandemia aceleró el proceso.
En ambas regiones exploradas para nuestra serie, encontramos y nos informaron sobre fincas donde este año se habían chorreado pisos de concreto por primera vez, se había proporcionado electricidad, se habían construido baños e incluso se habían construido nuevas estructuras. Por supuesto, la supervisión y las inspecciones fueron una parte clave de este proceso donde los recursos lo permitieron. Felix Monge, coordinador de campo de la cooperativa más grande del país, Coopetarrazú, dijo que la necesidad de verificar las condiciones de vida adecuadas en las fincas afiliadas generó no solo miles de visitas a fincas y monitoreo de fincas ordenadas para mejorar sus condiciones, sino también un nivel completamente nuevo de trazabilidad tecnológica para el proceso de cultivo.
«No podemos ser mentirosos y decir que la región de Los Santos no se ha tenido un gran rezago», dice sobre las condiciones de vida de los trabajadores. “Tuvo que llegar la pandemia posiblemente para obligarnos un poco más fuerte.» Muestra el panel de control ARGIS, basado en el formato que utiliza Johns Hopkins para el monitoreo de COVID, que ahora Coopetarrazú está usando para capturar datos sobre las necesidades de la fuerza laboral, presencia de trabajadores migrantes, sus condiciones de vida, y otros datos de sus 5,000 fincas afiliadas. En Tarrazú, muchos agricultores no trabajan con panameños sino con migrantes nicaragüenses que este año fueron sometidos a un protocolo aún más estricto—obligando a los agricultores o, en el caso de las filiales de Coopetarrazú, a la cooperativa para coordinar y pagar su transporte desde el pueblo de Rivas, en el sur de Nicaragua—este nivel de manejo de datos fue esencial.
Ha ayudado a lidiar con «un pendiente de muchos años», dice Felix Monge, y los defensores de la comunidad indígena están de acuerdo. Eduardo Navarro ha trabajado con estos temas durante años desde la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y otras instituciones.
“La responsabilidad social de los patronos es el gran pendiente que tiene el café de Costa Rica», dice. «Todavía algunos patronos no sienten esa responsabilidad de ver al cogedor de café como una persona en igualdad de condiciones en cuanto a derechos… a tener agua, a tener sanitarios.» Pero este año «la finca que no tenga en el area de albergue para los cogedores sanitario, agua potable, el Ministerio de Salud ya no les da el permiso… Y eso lo van a mantener, porque si lo hicieron en el marco del COVID, (van a ver) que eso les da mas mérito a la hora de vender su café”.
Mejoras para el futuro
Tanto las autoridades de salud como las de migración dicen que se harán mejoras para la cosecha 2021-2022, y que los esfuerzos ya están en marcha. Los detalles aún no están disponibles, pero dado que el regreso de los migrantes a Panamá aún no se ha producido y el futuro del COVID-19 en la región es completamente incierto, esto, quizás, no debería sorprender.
Christian Valverde indica que un cambio será la incorporación del registro general de vacunas al carné binacional, para que el sistema SITLAM muestre esta información de cada trabajador migrante. Esto eliminará un problema de salud pública importante y de larga data: la sobrevacunación de los migrantes, en particular los indígenas panameños que podrían no portar un registro de vacunación al llegar a la frontera. Para estar seguros, las autoridades sanitarias costarricenses podrían vacunarlos en su camino hacia el país, y las autoridades panameñas podrían hacer lo mismo, exponiendo al migrante a una sobrecarga. El doctor dice que las autoridades han considerado tarjetas biométricas que proporcionarían un historial médico completo, pero que esto presenta problemas legales importantes y no es una probabilidad inmediata.
Para Daguer Hernández, han surgido al menos tres áreas principales de acción. Uno parece tomar forma durante nuestra entrevista final: cuando se le pregunta cómo se podrían mantener las mejoras en las comunicaciones interinstitucionales, reflexiona sobre la idea, luego dice que un marco formal sobre el tránsito de trabajadores migrantes podría ayudar. «¡Voy a apuntarlo de una vez!», dice, adaptando la acción a las palabras. “Eso es el siguiente paso para que este esfuerzo que hicimos no queda en la nada, porque si no vendrá otro poder ejecutivo, otro gobierno, otra Dirección de Migración. Quiere empezar de cero o para el siguiente año el trabajo migrante ya no sea tan visible, porque tal vez para el 2022 ya el tema COVID se ha resuelto. El tema se pone debajo de la mesa».
También presentará el éxito del carné de identificación binacional en una reunión de directores de inmigración de Centroamérica en febrero para buscar la réplica del éxito de 2020 en toda la región. Un total de 42.000 migrantes han pasado por Costa Rica desde el 2015 con la esperanza de atravesar Centroamérica y México, rumbo a los Estados Unidos; un sistema común de seguimiento de la salud mejoraría los esfuerzos de todos los países para hacer frente a este flujo constante, dijo.
Por último, está la cuestión del cumplimiento. Los agricultores entrevistados a lo largo de la serie indicaron que estaban viendo grandes faltas por parte de otros productores de café para cumplir con los protocolos. En casi todos los casos, estos mismos agricultores reconocieron que esto se debe en parte a que el gobierno simplemente no tiene suficientes recursos para hacer cumplir el protocolo, al inspeccionar las fincas de manera consistente.
Daguer dice que Inmigración solicitará 100 policías más este año. Migración tiene solo tres oficiales para todo Coto Brus, quienes tienen que cubrir todas las necesidades de la concurrida estación fronteriza y además, responder a cualquier queja relacionada con las 3.000 fincas de la zona. Los Santos ni siquiera cuenta con una unidad policial de inmigración, por lo que cualquier denuncia debe ser atendida por los 45 agentes asignados a San José, a casi dos horas de distancia.
Un vistazo rápido a las perspectivas financieras generales de Costa Rica sugiere que es poco probable que llegue pronto el alivio para estos desafíos. Está claro que, hasta cierto punto, el futuro de las mejoras de 2020 dependerá de la voluntad personal. Si la propagación del COVID-19 en una finca de café ya no es una amenaza directa e inmediata para la industria, y las instituciones gubernamentales carecen de los recursos para vigilar adecuadamente todas las regulaciones, dependerá de los agricultores individuales y de empresas como Coopetarrazú mantener las cosas en movimiento.
Felix Monge dice que cualquier cosa menos sería inaceptable.
“Si hoy milagrosamente despareciera el COVID, nosotros estamos seguros que tener esta guía de cómo realmente están los albergues, es algo realmente importante”, comenta. “Sería un error echarse para atrás.”
Dice que lo mismo ocurre con los procesos fronterizos.
“Lo principal que debe quedar de todo esto es la voluntad de los productores de que el proceso se lleve a cabo de manera ordenada”, dice. “Sería una gran pena y una vergüenza para el sector cafetalero que no podemos demostrar la capacidad para administrar bien estos procesos. Una autoridad como el ICAFE debe seguir presionando al gobierno y decir, ‘Ya que lo hicimos un año, hay que seguirlo’”.
Dado que la cosecha de Costa Rica depende de los trabajadores migrantes, y que las malas condiciones o un mal trato fronterizo es una amenaza constante para la sostenibilidad de esa fuerza laboral, las mejoras de este año son esenciales para la industria, sostiene: “Este año hemos solucionado muchos problemas que podrían ser riesgos al futuro «.
Edo Navarro dice que a pesar de todos los desafíos que ha visto en su carrera, también es optimista sobre la permanencia de los cambios de este año. Para él, el impacto duradero de las Casas de la Alegría es motivo de esperanza.
«Viera lo que costó que los productores entendieran la importancia de las mismas… para crear conciencia en la erradicación del trabajo infantil», dice de los centros de cuido para hijos de recolectores de café, que iniciaron en Coto Brus y se replicaron luego en Los Santos. Hoy, el programa, que en Los Santos es facilitado por Coopetarrazú, se ha convertido en una alianza público-privada exitosa y ampliamente reconocida con el apoyo permanente del gobierno. Sus aliados «se rajan de esos centros … Es un rubro fijo, y va a continuar».
La despedida
A medida que enero llega a su fin, Costa Rica, como la mayoría de los países del mundo, es una nación al borde, mirando hacia el futuro, incierta. Su primer grupo de receptores de la vacuna contra el COVID-19, incluidos los proveedores de atención médica de primera línea, acaba de recibir su segunda dosis. Los primeros trabajadores del café Ngöbe-Buglé que ingresaron al país el año pasado se estaban convirtiendo en los primeros en salir de regreso a Panamá. Las fincas del sur, donde el café madura primero, están comenzando a cerrar sus cosechas, mientras que las fincas de Los Santos y los puntos del norte están en pleno apogeo.
Deysi Jiménez, la costarricense Ngöbe-Buglé que demostraba tanta confianza y liderazgo en la frontera, dominando los complejos trámites y guiando a las familias indígenas a través de largas filas y procesos, está de regreso en su casa de madera en la orilla del Río Negro, el río que se desbordó sus orillas durante el huracán Eta y arrasó parte de su hogar. Está desempleada. Su puesto como Asesora Cultural en la OIM terminó en diciembre; uno de los asesores se quedó, manejando solo toda la carga de trabajo, finalizando su cargo el 15 de enero con la entrada de los últimos migrantes. Ella está cuidando a sus hijos, esperando el comienzo de su último año de secundaria—que, después de iniciar la escuela por primera vez con 19 años, está por terminar en el 2021. Envía una foto de las calificaciones del año pasado, puras notas de arriba de 90% con varias de 100%, y dice que quiere obtener un título en educación con un enfoque en la cultura Ngöbe-Buglé.
Sergio Bejarano, según su tía, Maribel, sigue en Finca La China. El joven delgado cuyos dedos tantearon las bandolas en sus primeros días cogiendo café a principios de noviembre, ahora es un recolector experimentado. Su esposa no se ha unido a él en Costa Rica. Sus tres hijos lo esperan en Panamá cuando termine la cosecha.
Los caficultores y administradores vigilan sus cultivos, miden sus rendimientos, manejan los problemas que van y vienen entre sus trabajadores recolectores. Marco Cerdas, el jefe de Sergio en Finca La China, que cree tan apasionadamente en el poder de la industria del café como ecualizador, y se preocupa por lo que ve como un declive en la ética laboral costarricense. Minor Jiménez en su operación de cuarta generación en Los Santos, quien tiene una visión filosófica de la simbiosis entre los propietarios de fincas y sus trabajadores indígenas o nicaragüenses. Isaura Abarca, quien se convirtió en productor de café gracias a sus ahorros de un año como trabajador indocumentado en Nueva Jersey cuando era joven, inspeccionando sus campos desde su casa rosada en Alto San Juan. Maikol Valverde, en la finca más grande de Coto Brus, Finca Río Negro, cuya pizarra laberíntica que rastreaba los casos de COVID de noviembre de la finca se ha utilizado más recientemente para rastrear el ir y venir de los trabajadores entre las fincas.
Lucidia Hernández y su esposo Minor Montero están haciendo lo mismo en una escala menor que Maikol, haciendo malabares, reemplazando y trabajando sus contactos para mantener su finca a flote mientras los trabajadores van y vienen. Han perdido dos trabajadores adicionales en otras fincas desde nuestra última entrevista, pero pudieron reemplazarlos con trabajadores nicaragüenses que habían empleado en años anteriores; el vaivén continúa. Caminan por sus campos, miden la cosecha, y se preguntan cuándo podrán resucitar Tierra Amiga, su microempresa de turismo centrado en el café.
“El turismo está en cero”, dice Lucidia, y agrega que han comenzado a invitar a vecinos en San Marcos de Tarrazú que están menos familiarizados con la industria del café, a venir y conocer el proceso.
Y luego está Máximo Palacios. Recibe a sus perseguidoras periodísticas con su típica sonrisa sutil cuando llegan para su última visita, esta vez a la casa de la familia en la finca de Minor Jiménez. Venimos con obsequios, pero no las habituales bolsas de arroz y frijoles que hemos utilizado para compensar cualquier tiempo perdido que ocasionamos a los trabajadores al entrevistarlos mientras recogen. Esta vez, las bolsas que llevamos incluyen los libros que Máximo pidió en nuestra última visita, tranquila pero directamente, para sus hijas. (“Yo no sé leer”, dijo mientras quitaba los frutos rojos entre los verdes, “pero es importante que ellas aprendan”). Las chicas toman las bolsas y desaparecen en la habitación donde toda la familia duerme en camarotes. Podemos escucharlas reír y charlar mientras abren los regalos y revisan su contenido.
Cuando reaparecen, intentan parecer muy serias. La mayor, Ílda, asiente con naturalidad cuando se le pregunta si los regalos eran aceptables. Más tarde, nos mostrará sus increíbles bolsos tejidos: el de su padre lleva el nombre entretejido en un lateral. Las chicas posan para las fotos y se reúnen alrededor de la cámara para ver los resultados. El resto del tiempo, escuchan a su padre, de pie con sus vestidos coloridos, con los brazos cruzados.
Su madre, Élida, se queda atrás como siempre, una presencia fuerte pero silenciosa mientras vigila los frijoles que burbujean en el fogón. La familia ha dejado sus sacos llenos de café a unos metros de la casa para que los midan, a la vuelta, y durante nuestra conversación un camión de la familia Jiménez va y viene después de la medida diaria.
Podría ser una ilusión, solo nuestra imaginación, pero parece que Máximo está un poco melancólico mientras nos preparamos para salir por última vez. Pregunta cuándo volveremos; cuando respondemos que nuestro trabajo para esta serie ha terminado, pero que esperamos volver a verlo algún día, lo considera. “Quizás vengan a la comarca”, dice, refiriéndose al territorio indígena panameño. La familia duró 48 horas llegando aquí desde su hogar en la comarca este año. Nos ha contado con mucho orgullo sobre su casa de madera en lo alto de las montañas de Bocas del Toro. Hace aún más frío allí por la noche que aquí, dice, señalando el valle más allá de su casa, oscurecido por espesas nubes.
Su recomendación final para nosotras consiste de una idea profundamente optimista: a pesar de que nos ha visto perder el equilibrio en múltiples ocasiones en los campos de café mientras él saltaba precipicios con facilidad, cargando sacos de café de 50 kg, nos dice que deberíamos tomar un atajo en nuestro camino de regreso a nuestro carro. En lugar de caminar por el camino por el que entramos, dice que debemos seguir un sendero pequeño que se conecta con la calle de lastre principal que conduce al Alto San Juan.
«Yo las llevo», ofrece. Miramos la empinada pendiente y decidimos que mejor no. «Bueno, las llevo por el otro lado».
Dejando atrás a su casa de zinc—con el humo ascendiendo, el vapor de la olla de frijoles, sus hijas todavía hablando y riéndose desde su habitación—nosotras caminos junto a él a través del crepúsculo a lo largo del camino plano que hemos elegido. Los tres pasamos por el arroyo pequeñito que cruza el camino.
Cuando llegamos a la calle de lastre, nos despedimos, y luego: «Quizás algún día vengan a la comarca», vuelve a decir. “Montando caballos”.
Con eso, se da la vuelta. Lo perdemos de vista rápidamente entre los árboles, su paso ligero y seguro mientras se desvanece en el crepúsculo.