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miércoles, octubre 9, 2024

Un funeral al lado del mar

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Natalia Díaz Zeledón
Natalia Díaz Zeledón
Feminista, escritora y periodista. Trabaja como periodista de política para el Semanario Universidad. Codirige un proyecto de crítica literaria feminista llamado Onvres en escabeche. Obtuvo mención de honor en el Premio Nacional Pío Víquez de Periodismo 2018. Feminist, author and journalist. Politics reporter at Semanario Universidad. Co-directs a project of feminist literary criticism called "Onvres en escabeche." Honorable mention, Pío Víquez National Journalism Prize 2018.

Los hombres cargaron y colocaron los bloques de cemento alrededor del cuerpo de Heisel Badilla Barrias, guardado en un ataúd forrado de peluche. Los hombres mezclaron el cemento, en un balde, para cerrar la tumba. A lo lejos, al pie de ese cúmulo de lápidas y nichos de cerámica herrumbrados por la brisa salada, vi la larga franja azul, el mar del Golfo Dulce. La enterraron en la cima del congestionado cementerio de Golfito.

El funeral comenzó alrededor de las nueve, en la mañana del viernes 29 de marzo del 2019. Sobre la tumba gris, los dolientes dejaron arreglos de flores para marchitarse bajo el sol de las once de la mañana. Exactamente tres días antes, el martes 26, Rony Zúñiga mató a su esposa Heisel.

Este asesinato ocurrió en su casa de habitación en el barrio Pindeco, un asentamiento en La Mona de Golfito. Después de una pelea, él la apuñaló con un cuchillo de cocina y la hoja penetró en su cara, su cuello, su pecho. Los paramédicos fueron llamados alrededor de las 11:10, llegaron cuando Heisel estaba muerta. Su madre, de apellido Barrias, la escuchó morir, desde un teléfono al otro lado del país, en Guápiles. (Para proteger la privacidad de las parientes de Heisel que colaboran con este reportaje, no estamos publicando sus nombres.)

“Me dijo ‘Este hijueputa me puso un cuchillo’. Si acaso unos cinco segundos, comencé a escuchar los gritos. De ahí, cuando volvimos a llamar, estaba herida. Cinco minutos después, llegó mi hijo y estaba muerta. De una vez, se llamó a la policía y a Emergencias, pero ya cuando llegaron no tenía signos de vida”, Barrias me contó, hace dos años.

Estuve en el funeral, junto con otros dos periodistas que fuimos a Golfito por otros motivos y terminamos, juntos, investigando sobre esta historia. Escuchamos a mujeres que conocieron a Heisel desde niña. Vimos a decenas de niñas y niños con camisas blancas y adolescentes con camisas celestes, los compañeros uniformados de las dos hijas mayores de Heisel. Tenían 14 y 12 años respectivamente.

Las mujeres adultas de Golfito, como la madre de Heisel, tienen grandes caderas, brazos y piernas bronceadas por el sol. Pasadas las once de la mañana, esta madre y abuela bajó de la tumba hacia la capilla metálica del cementerio, el único lugar con sombra en todo el camposanto, y rodeó a sus dos nietas con los brazos, para abrazarlas y sostenerlas. Fue un gesto fuerte, amoroso. Me pareció que se veía tan joven como una tía, otra madre. Como muchas otras mujeres de su cantón, Heisel tuvo su primer hijo cuando era menor de edad, a los 17 años. Para sus 30, a la edad que la mató su esposo—ahora, mi edad—ella ya tenía cinco hijos.

Retrato de la madre de Heisel Badilla Barrias. A la muerte de su hija, tenía 54 años. Michaela Chesin/El Colectivo 506

“La mayorcita está muy afectada. Hay chiquitos que lo vieron, una chiquita de tres años, ella lo comenta. Si yo tengo que buscar, si tengo que pedir, lo que sea… Voy a alquilar una casa en otro barrio para que ellos continúen con sus estudios, que ellos continúen con sus vidas. A pesar de las circunstancias”, me dijo la madre de Heisel.

Me dijo también que, antes de su muerte, Heisel le pidió que se quedara con los niños en caso de que “algo” le pasara. De los nueve años de la relación, Heisel estuvo casada con Rony durante los tres últimos. Su madre llamó a la policía “unas dos o tres veces” para parar altercados violentos de la pareja y también dice fue mediadora en las peleas, en muchas ocasiones.

“Dios me dijo las palabras que necesitaban oír en esos momentos”, me dijo.

En dos entrevistas que tuvimos, una ese día en el cementerio y días después, por teléfono, la mujer me dijo que Heisel nunca le mencionó que pidió medidas cautelares contra Rony en octubre del 2018. El Poder Judicial confirmó que Heisel pidió, luego, que las quitaran.

La tarde después del funeral, el oficial Óscar Jiménez, quien era entonces subdirector de la Fuerza pública para la Zona Sur y la región Brunca, me explicó que Heisel “le dijo (a Rony) que lo iba a dejar y el tipo tenía sospechas de que ella tenía una relación sentimental”.

Prensa del Poder Judicial confirmó que Rony Zúñiga recibió un “proceso especial abreviado” y una pena de 29 años de prisión, en firme desde julio del 2020. Un artículo del diario La Nación, de octubre, transcribe la sentencia que afirma que el femicida “mantuvo retenida contra su voluntad” a Heisel. 

“Ella intentaba salir de Ia casa y Zúñiga no se Io permitía al sujetarla fuertemente con sus brazos y empujarla hacia atrás (…) con la única intención de dar muerte a su esposa y aquí ofendida, mediante el uso de un arma blanca, propiamente un puñal de cocina largo con empuñadura color blanco y estando en presencia de sus hijas menores de edad, el acusado empujó a Ia agraviada sobre un sillón sentándola a Ia fuerza. Él se posicionó de pie frente a ella y le dijo: ‘Si usted no es mía, no es de nadie’ y, utilizando eI referido puñal que portaba en sus manos, arremetió contra ella propinándole varias estocadas (…) en rostro, pecho y estómago”, dice el documento tal y como fue citado por La Nación.

Los vecinos vivían lo suficientemente cerca como para escuchar los gritos y para ver a Zúñiga huir de la casa, hacia la jungla que oprime a Golfito contra el mar del Golfo Dulce y que crece exuberante, detrás de la tumba de Heisel.

El Refugio de Vida Silvestre de Golfito rodea la vida humana del cantón, el cual tiene una población estimada de 45 mil personas. Alexander Villegas/El Colectivo 506

Números femicidas de Golfito

En junio pasado, el juez John Tapia Salazar sentenció a Rony Zúñiga a 29 años de cárcel por ese delito de femicidio. Este dato también fue noticia de medios de comunicación durante el 2020, no tan memorable entre tantos artículos sobre un letal año para las mujeres: 61 muertes violentas, según el último conteo del Observatorio de Género del Poder Judicial.

La Subcomisión de Prevención del Femicidio, articulada en el 2012, preliminarmente calificó 12 de las muertes del 2020 como femicidios; nueve fueron descartados como homicidios porque, desde el 2007, la Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres sanciona con “prisión de veinte a treinta y cinco años a quien dé muerte a una mujer con la que mantenga una relación de matrimonio, en unión de hecho declarada o no”. No todas las muertes violentas cumplen con este criterio.

Por otro lado, para efectos estadísticos, la Subcomisión de Prevención del Femicidio puede calificar un homicidio como un femicidio “ampliado” para contabilizar las muertes violentas en las que esa relación formal no existió, y considerar en la tendencia desde una relación de noviazgo hasta una separación, un divorcio.

De las 61 muertes violentas del 2020, un total de 40 esperan ser calificadas el próximo miércoles 17 de febrero. Sin esas cifras pendientes, entre el 2017 y el 2019, Costa Rica sepultó a 355 mujeres víctimas de femicidio.

Investigando la muerte de Heisel Badilla, también indagué sobre las otras mujeres que los hombres mataron en Golfito. En 2018 y 2019, este cantón de la Zona Sur ocupó el primer lugar de femicidios del país: seis víctimas de femicidio (tres en el 2018 y tres en el 2019; en el 2020 se reporta únicamente una muerte violenta, todavía espera la clasificación de la Comisión de Prevención del Femicidio).

En el centro del cementerio de Golfito existe la única estructura que da sombra a los dolientes: una capilla pequeña y de techo metálico. Michaela Chesin/El Colectivo 506

Dos femicidios ocurrieron en marzo del 2018, amarga e irónicamente en medio de marchas y actividades de prevención de la violencia del Día Internacional de la Mujer. Marzo fue el mes más violento de ese año: fueron asesinadas seis mujeres en Costa Rica.

Del 2018, recibí información de la muerte de Hellen Abarca, en Puerto Jiménez, un pueblo al otro lado del Golfo Dulce. En febrero del 2018, fue declarada como desaparecida por su papá y por su novio, también su asesino. El cuerpo fue encontrado enterrado en la jungla, pero hasta mayo, después de que el Organismo de Investigación Judicial entrevistó a un amigo del asesino y él terminó confesando que ayudó a esconder el cuerpo—en complicidad con el asesino, guardó el secreto por tres meses.

La violencia de Golfito hierve así, en la superficie familiar: un reflejo turbio.

En el funeral de Heisel, el pastor cristiano usó la palabra “femicidio” y les afirmó a los dolientes que “Dios nos creó a los hombres para que fuéramos cabeza del hogar, nunca para ser agresores”. Hay problemas regionales que son nacionalmente conocidos, como el desempleo y la pobreza. Factores de riesgo de un cáncer de violencia contra las mujeres; crece, muta y empeora. 

En el 2019, el subdirector de la Fuerza Pública, Óscar Jiménez, me dijo que tenían casos en los que la gente “está llamando a la policía dos o tres veces a la semana”. Pero la policía sólo actúa para intervenir una disputa violenta, o si tienen que proteger a una víctima con medidas cautelares. El caso es que los oficiales también saben que muchas veces, las mismas víctimas regresan con sus victimarios, de acuerdo con Jiménez. ¿Qué les queda?

La Fuerza Pública fue alertada por tres incidentes de violencia doméstica en casa de Hellen Abarca, entre enero y febrero del 2018. Hellen comenzó a ver su pareja en diciembre del año anterior; es decir, a este hombre le tomó dos meses pasar de ser un agresor a ser un femicida.

Rosibel Barahona, una promotora del Instituto Nacional de las Mujeres, me dijo que el distrito de Puerto Jiménez “es un lugar en el que el machismo se desborda al 100%” y que “la comunidad es buena para juzgar. Dicen que la víctima está acostumbrada a la violencia. Los vecinos no dan credibilidad a lo que está pasando”. Los gritos ocurren y se escuchan, pero estas percepciones no son indicadores cuantificables aún.

El Ministerio de Planificación dice que la región Brunca tiene la tasa de desempleo más alta del país y el porcentaje más alto de hogares en pobreza.

“El tema del desempleo es un disparador de la violencia de estas familias con personas numerosas. El hombre es el proveedor y cuando las personas quedan desempleadas o tienen una situación económica complicada se empiezan a dar roces. Casi siempre se cruza eso con el alcohol como una válvula de escape. Eso, más la frustración, da como resultado una situación de violencia”, me explicó el oficial Jiménez.

El Depósito Libre Comercial de Golfito vende electrodomésticos y productos bajo un régimen especial de impuestos. Los golfiteños toman empleos en locales, puestos y, también, ventas informales. Alexander Villegas/El Colectivo 506

Por un lado, tomar alcohol es un rasgo normal, hasta alegre y deseable en los hombres de Golfito. Por otro, las mujeres dependen económicamente de ellos, en un lugar en el que las pocas oportunidades de trabajo son los comercios y servicios, las pescaderías debilitadas por la veda, una sede de la Universidad de Costa Rica, el muelle y un Depósito Libre de Golfito que pierde propósito, más que nunca, en la pandemia por COVID-19.

Y justo en el Depósito fue donde la policía aprehendió a Rony Zúñiga el martes 26 de marzo. Unos 12 kilómetros al noroeste del barrio Pindeco, en La Mona. Corrió hasta allí, huyendo por la jungla, que crece apenas metros más al fondo de la única carretera que desemboca en Golfito.

A menudo pienso en cómo conocí este lugar de niña, como una turista; había sido golpeado recientemente por el abandono de la bananera, uno de los grandes propósitos fundacionales del cantón de Puntarenas. Pienso en cómo lo vi en este último viaje, tan desconectado del resto del país, en cómo vi la vida mermada y acorralada por la naturaleza.

La noche antes del funeral estuve en un restaurante pequeño, en playa Cacao. Preparaba mis notas para entrevistar a la mamá de Heisel Badilla. Había leído los artículos, oído las historias y entrevistado a varias personas del lugar.

La dueña del restaurante, una mujer morena y cálida, bromeó conmigo y otro comensal. Al atardecer, hablamos del femicidio de Heisel. La sentí triste, dice eso en mi cuaderno de notas. Nos habló de la madre de Rony, una mujer conocida, querida por sus vecinos. Luego escuchéla duda escalofriante, esa que acecha en lo hondo del prejuicio sexista.

“Él era muy flaco y ella era más grande que él. ¿Cómo la chavala se dejó matar?”.

Heisel Badilla Barrias was buried on March 29th, 2019. Michaela Chesin/El Colectivo 506

Esta es la primera parte de una serie de tres partes sobre el femicidio en Costa Rica, en el marco de nuestra edición de febrero, «Mujer no número». El próximo viernes: ¿qué nos enseñan los datos sobre la violencia contra la mujer en Costa Rica, y qué deja en las sombras? Agradecemos a los fotoperiodistas Michaela Chesin, quien también es la autora del imagen principal de esta nota, y Alexander Villegas, por donar sus imágenes para este reportaje especial.

 

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